Aproximaciones a Vicente Narioh
(Por Dudamel Rambler*)
Fernando Vallejo lamenta la
desaparición de ciertas palabras; sufre esa pérdida como se sufren
las pérdidas entrañables.
Oímos decir que la lengua es y
funciona como un organismo vivo: se transforma, envejece, cambia sus
células en un proceso contínuo y natural, que suele pasar
desapercibido para quienes vivimos en él.
La vida útil de las palabras es
variable, y no obedece a leyes precisas y determinadas. Los tiempos
cambian, como cambian las condiciones de vida de las palabras.
Karl Kraus escribió “Elegía a la
muerte de una vocal” mientras desde su periódico La Antorcha
embestía contra los periodistas y la fraseología vacía.
Ezra Pound escribió un poema sobre
la usura (Cantares XLV) que cuenta con varias traducciones al
castellano que casi nadie ha leído. Acaso sea ese uno de los
motivos de la incomprensión que viene padeciendo por su adhesión al
gobierno de Mussolini. (¿habría creído, en verdad, en la
posibilidad de un capitalismo sin especulación?)
Vicente Narioh denunció la defunción
de la poesía y compuso su “Ofertorio...”
La función especular del objeto
poético -reflejar esa parte del mundo que no se ve a simple vista- pierde validez y razón de
ser, cuando el sentido especulativo se expande a todos los ámbitos de la vida y la actividad humana.
Se especula, dice Vicente Narioh,
en la producción de sentido como una cuestión esencial del hecho
poético. Producir nuevas visiones del mundo y distintas versiones
de la vida, pierde todo sentido cuando la especulación interesada
ha invadido todos los espacios de dominio público.
Las religiones y las guerras son
creaciones humanas que han acompañado desde siempre el desarrollo de
la especie, asociadas íntima y entrañablemente, ambas
proveedoras de sentido.
El hombre inventó la religión para
procurarle un sentido a la muerte. La vida, es bien sabido que no tiene ninguno.
No hay sentido, sólo hay fines,
y son dos, a saber: fines bélicos y fines de lucro.
Religión y guerra se sirven
mutuamente y sirven para producir sentido, desde la precariedad de su
esquema binario que es su justificación y su razón de ser: amigos
ó enemigos, creyentes ó infieles.
Sólo hay dos posibilidades -lo que
facilita la identificación del enemigo- : o se está con nosotros ó
en contra de nosotros; sólo hay dos campos: el nuestro y el del
enemigo (Ya el gran poeta Oliverio
Girondo lo observó y denunció desde
el título mismo de uno de sus poemarios: “Campo nuestro”).
No hay otra opción, el sentido no
tolera la neutralidad ni acepta la ambigüedad; nace de la disputa,
de la tensión. Bien claro lo tenía otro visionario, cuando emitió
aquella frase célebre: “Con el enemigo ni justicia”, ó esa
otra aún más significativa y cargada de sentido, “Yo soy uno de
nosotros”.