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lunes, 31 de julio de 2017

El pensamiento negativo

(Tomás Lovano)



Encontrar un pesimista que no fume
es como hallar una aguja en un pajar…
Leía en un sitio virtual.

Es natural relacionar un hábito nocivo
con un sentimiento negativo  (pienso,
mientras sigo recorriendo esta página
de signo negativo)

Por el contrario, los cultores del pensamiento
positivo, emanan optimismo, predican el
entusiasmo y suelen ser ajenos a conductas
adictivas. No necesitan refugiarse en vicios
o adicciones, viven sin contradicciones:
aceptan la realidad tal como es,
o como la perciben,
o como la quieren percibir.

El pesimista fuma, consume humo
y visita sitios de signo negativo
donde se reconoce y realimenta
su pesimismo natural.

Se podría dividir las páginas de la red
en dos grupos: positivas y negativas.

Las primeras, con distintos matices,
ensayan aproximaciones a valores subjetivos
como la armonía, la serenidad y la paz
espiritual, la vida saludable y cuestiones
vinculadas a la búsqueda de la espiritualidad
y la superación individual, con especial cuidado
de no confrontar con la realidad social, ni con el
sistema económico y sus expresiones políticas.
Lo positivo, está en la aceptación: aceptar para
poder avanzar, competir y superarse como individuo.

El otro grupo, en cambio, pareciera concentrar
todo lo negativo de la experiencia humana:
Negadores de la fe, de los valores tradicionales,
de la tauromaquia y de la tracción a sangre,
negadores de las leyes naturales, de la propiedad
y su función social, de las instituciones, negadores
de la historia oficial, de los derechos naturales de los
conquistadores, de los sentimientos nacionales, y
negadores de la patria, del Estado y de la cultura del
trabajo…

Negadores seriales, sólo los une el apego a esta
condición o la pasión por el signo negativo.
Inadaptados que quisieran cambiar el mundo,
tan solo para no tener que adaptarse,
-que siempre es trabajoso- y seguir en su zona
de confort, visitando páginas de signo negativo,

mientras fuman, siguen fumando...



sábado, 29 de julio de 2017

Poemas artificiales

(Abel A. Borda)



¿Cómo sé que no soy un robot?
Decía el poema artificial (todo
poema es artificial)

Una novela: “El día en que una computadora
escriba una novela” estuvo a punto de ganar
un prestigioso concurso literario en Japón.
El dato curioso:  era una novela escrita por
una computadora, y no era la única.

Si una computadora puede escribir
novelas, también puede hacer poemas.

Hace años, pude leer algunos experimentos
de cierto interés.
La inteligencia artificial no parece conocer
límites, hay que reconocer.

No hace falta demasiada inteligencia
para hacer poemas. No hace falta ser
inteligente, basta con ser poeta (algunos
lo son, pero eso no los hace hacer mejores
poemas)

Hay que ver lo positivo, dejar de lado el
narcisismo y entender que ésto puede renovar
y revitalizar el ámbito poético, y representar
un aliciente para tanto poeta que no encuentra
su lugar en este mundo.

La sociedad moderna no necesita poetas, sino
emprendedores, desarrolladores, asesores,
gente competente con voluntad de crecer y
generar oportunidades. Todas las necesidades
tienen una resolución tecnológica, y las
tecnologías se desarrollan impulsadas por la
competencia.

La fórmula que rige la condición ontológica
del sujeto posmoderno:  Ser es competir,
se impone en todos los ámbitos, y los poetas
están desde hace tiempo fuera de toda
competencia: había escasa demanda y
demasiados poemas.

Ahora, se presenta la oportunidad de competir
con máquinas, un nuevo desafío que se traslada
al lector: debe descubrir si lo que lee es obra
de un autor humano o no (aunque el lector
también pueda ser un robot)


domingo, 23 de julio de 2017

Opciones

(Ricardo Mansoler)



“Quien no escribe, ni está enamorado, ni se
psicoanaliza, está muerto” Julia Kristeva.

Difícil compartir, más aún por quienes no se
encuentren comprendidos en estas tres
experiencias vitales. Pero también para el
incluído: Compartir es aceptar que se comparte
el mundo con una mayoría muerta…

Está claro que estos verbos no gozan de gran
popularidad entre nosotros: la mayoría no escribe
ni se psicoanaliza, y el estado de enamoramiento
es algo azaroso, así como difícil de sostener en el
tiempo; más bien relacionado a cuestiones hormonales
y fantasías juveniles.

Nadie decide enamorarse ni estar enamorado -y si lo
hiciera, podría no ser correspondido, con lo que sólo
obtendrá un padecimiento inútil, desazón, angustia y
un sentimiento de fracaso que podría llevarlo al
suicidio.., o al analista.

El psicoanálisis sí implica una decisión personal, pero
hasta ahora no resulta accesible a las mayorías.

Escribir pareciera ser la opción más viable y sencilla:
escribir escribe cualquiera, y es gratis. Pero no todos
compartimos esta inclinación, por no hablar de vocación,
aptitud o aún necesidad. La necesidad no sería condición
necesaria; la necesidad se crea, como el hábito. Una vez
establecido el hábito, escribir se vuelve algo tan natural
como fumar -hay hábitos que ayudan a soportar la vida
y otros que la acortan;  algunos ofrecen ambos servicios-

El primer paso no es fácil; hay que superar la incertidumbre
de toda iniciación: ¿Qué escribir? ¿para qué? ¿para quién?
Pero una vez superado este punto, el camino se despeja y
las palabras se deslizan con fluidez, como organismos vivos,
al ritmo del pensamiento que las dispone, con distinta
precisión y eficacia, según las condiciones subjetivas del
emisor y el desarrollo del hábito. Y ya sin necesidad de
responder preguntas inútiles -nadie sabe para quién escribe,
ni por qué-

En cualquier caso, se sabe que todo el mundo puede escribir,
con distintos resultados. Escribir no es difícil, lo difícil
es no escribir. Escribía Tolstoi.

En conclusión, para todo aquel que suscriba la afirmación
de Kristeva, hay dos opciones seguras: O asumirse como
parte de los muertos -con las ventajas de pertenecer a la
mayoría- o escribir, escribir hasta que la muerte lo separe
del mundo de los vivos, aunque esta presunción no ofrezca
demasiadas seguridades.


 
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