(Ricardo Mansoler)
“Quien no escribe,
ni está enamorado, ni se
psicoanaliza, está
muerto” Julia Kristeva.
Difícil compartir,
más aún por quienes no se
encuentren
comprendidos en estas tres
experiencias
vitales. Pero también para el
incluído:
Compartir es aceptar que se comparte
el mundo con una
mayoría muerta…
Está claro que
estos verbos no gozan de gran
popularidad entre
nosotros: la mayoría no escribe
ni se psicoanaliza,
y el estado de enamoramiento
es algo azaroso, así
como difícil de sostener en el
tiempo; más bien
relacionado a cuestiones hormonales
y fantasías
juveniles.
Nadie decide
enamorarse ni estar enamorado -y si lo
hiciera, podría no
ser correspondido, con lo que sólo
obtendrá un
padecimiento inútil, desazón, angustia y
un sentimiento de
fracaso que podría llevarlo al
suicidio.., o al
analista.
El psicoanálisis sí
implica una decisión personal, pero
hasta ahora no
resulta accesible a las mayorías.
Escribir pareciera
ser la opción más viable y sencilla:
escribir escribe
cualquiera, y es gratis. Pero no todos
compartimos esta
inclinación, por no hablar de vocación,
aptitud o aún
necesidad. La necesidad no sería condición
necesaria; la
necesidad se crea, como el hábito. Una vez
establecido el
hábito, escribir se vuelve algo tan natural
como fumar -hay
hábitos que ayudan a soportar la vida
y otros que la
acortan; algunos ofrecen ambos servicios-
El primer paso no es
fácil; hay que superar la incertidumbre
de toda iniciación:
¿Qué escribir? ¿para qué? ¿para quién?
Pero una vez
superado este punto, el camino se despeja y
las palabras se
deslizan con fluidez, como organismos vivos,
al ritmo del
pensamiento que las dispone, con distinta
precisión y eficacia, según las condiciones subjetivas del
emisor y el desarrollo del hábito. Y ya sin necesidad de
responder preguntas inútiles -nadie sabe para quién escribe,
ni por qué-
precisión y eficacia, según las condiciones subjetivas del
emisor y el desarrollo del hábito. Y ya sin necesidad de
responder preguntas inútiles -nadie sabe para quién escribe,
ni por qué-
En cualquier caso,
se sabe que todo el mundo puede escribir,
con distintos
resultados. Escribir no es difícil, lo difícil
es no escribir.
Escribía Tolstoi.
En conclusión, para
todo aquel que suscriba la afirmación
de Kristeva, hay dos
opciones seguras: O asumirse como
parte de los muertos
-con las ventajas de pertenecer a la
mayoría- o
escribir, escribir hasta que la muerte lo separe
del mundo de los
vivos, aunque esta presunción no ofrezca
demasiadas
seguridades.
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