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domingo, 23 de julio de 2017

Opciones

(Ricardo Mansoler)



“Quien no escribe, ni está enamorado, ni se
psicoanaliza, está muerto” Julia Kristeva.

Difícil compartir, más aún por quienes no se
encuentren comprendidos en estas tres
experiencias vitales. Pero también para el
incluído: Compartir es aceptar que se comparte
el mundo con una mayoría muerta…

Está claro que estos verbos no gozan de gran
popularidad entre nosotros: la mayoría no escribe
ni se psicoanaliza, y el estado de enamoramiento
es algo azaroso, así como difícil de sostener en el
tiempo; más bien relacionado a cuestiones hormonales
y fantasías juveniles.

Nadie decide enamorarse ni estar enamorado -y si lo
hiciera, podría no ser correspondido, con lo que sólo
obtendrá un padecimiento inútil, desazón, angustia y
un sentimiento de fracaso que podría llevarlo al
suicidio.., o al analista.

El psicoanálisis sí implica una decisión personal, pero
hasta ahora no resulta accesible a las mayorías.

Escribir pareciera ser la opción más viable y sencilla:
escribir escribe cualquiera, y es gratis. Pero no todos
compartimos esta inclinación, por no hablar de vocación,
aptitud o aún necesidad. La necesidad no sería condición
necesaria; la necesidad se crea, como el hábito. Una vez
establecido el hábito, escribir se vuelve algo tan natural
como fumar -hay hábitos que ayudan a soportar la vida
y otros que la acortan;  algunos ofrecen ambos servicios-

El primer paso no es fácil; hay que superar la incertidumbre
de toda iniciación: ¿Qué escribir? ¿para qué? ¿para quién?
Pero una vez superado este punto, el camino se despeja y
las palabras se deslizan con fluidez, como organismos vivos,
al ritmo del pensamiento que las dispone, con distinta
precisión y eficacia, según las condiciones subjetivas del
emisor y el desarrollo del hábito. Y ya sin necesidad de
responder preguntas inútiles -nadie sabe para quién escribe,
ni por qué-

En cualquier caso, se sabe que todo el mundo puede escribir,
con distintos resultados. Escribir no es difícil, lo difícil
es no escribir. Escribía Tolstoi.

En conclusión, para todo aquel que suscriba la afirmación
de Kristeva, hay dos opciones seguras: O asumirse como
parte de los muertos -con las ventajas de pertenecer a la
mayoría- o escribir, escribir hasta que la muerte lo separe
del mundo de los vivos, aunque esta presunción no ofrezca
demasiadas seguridades.


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