Naturaleza invasiva
No tengo nada contra las abejas; hasta consumo, incluso,
algunos de sus productos. Productos nobles si los hay, hay
que agregar, que no pasan de moda: nos vienen acompañando
desde lo más difuso de los orígenes de nuestra cultura,
tal vez desde nuestro ingreso al mundo de la civilización.
Ya desde antes de los griegos, los egipcios, ó acaso más
atrás, se cultivaba la valoración por los productos
derivados del cultivo de la apicultura.
Una especie productiva, la abeja, que ya venía produciendo
desde antes que el hombre y desde antes que el hombre
aprendiera a cultivar la apicultura. Incluso desde antes que
el hombre conociera sus beneficios, así como los beneficios
de la organización productiva de la vida.
Una especie organizada, altamente organizada, hay que decir,
que rinde culto a la producción a través de la
organización social del trabajo.
Una especie acaso excesivamente organizada, siempre es un
ejemplo para otras especies.
Un ejemplo puede ser bueno ó malo, lo cual constituye un
hecho subjetivo, pero no deja de ser un ejemplo, en
cualquier caso.
La organización del trabajo es algo que comparten otras
especies, como la hormiga, también muy antigua, pero a sus
productos no se les ha encontrado por ahora mayor utilidad
para el consumo humano, más allá del ácido fórmico.
La organización social de las abejas nos enseña, con su
división en clases, su estructura dónde el orden reina,
con reinas y sin reyes, que la conducción femenina de las
organizaciones productivas redunda en un mayor contenido de
eficacia.
Así como detrás de todo gran hombre hay una mujer, por
detrás de toda organización hay una causa, que puede ser
noble ó deleznable, buena ó mala, nunca maleable; no cambia
de signo, una causa, no sufre ese tipo de evolución. Y
detrás de toda causa, hay una meta, que es algo que toda
especie que se precie debe poseer.
Detrás de todo metabolismo hay una meta. Y ahí nomás,
el Orden Natural. El Reino de la Naturaleza, un ámbito
donde todo obedece a las leyes naturales, que pueden
reducirse a una relación de causa – efecto.
La Naturaleza se opone a la Cultura. Ahí nace el
malestar, la contradicción, la civilización y otros términos
con la misma desinencia.
Descendemos de esa necesidad de evolución de toda
contradicción.
No tengo nada contra la contradicción.
No tengo nada contra las abejas, un reino como tantos y
una especie que, por lo general, no perturba a la nuestra
ni lo que llamamos nuestra vida civilizada.
Es más, tengo un amigo apicultor…
Una especie respetada por otras especies y aún, hasta -me
temo- temida.
Se sabe que hay especies, acaso menos respetables, que
para hacerse respetar le fueron copiando, reproduciendo su
diseño. Asemejándose a las abejas, obtienen de otras
especies el respeto que emiten aquellas, cuando no el temor.
Un caso de esta estrategia basada en el engaño y la
confusión, la proporciona la mosca, criatura inferior, que a
diferencia de la abeja, solo se organiza para producir
fastidio.
Zumbar, emitir zumbido como consecuencia de rápidos y
repetidos movimientos de élitros u otros órganos, es algo
propio de diversas especies; pero para la nuestra, en
cualquier caso, esa propiedad ajena constituye una molestia,
una presencia de la que necesitamos prescindir.
Luego, ante la presencia detectada de una mosca, sentimos
el sano impulso de ultimarla, de acabar con esa vida
miserable que se nutre de nuestros desperdicios y sólo
tiene como meta su reproducción injustificada; amén de
producir molestias. Una especie banal, efímera y banal,
absolutamente prescindible.
En cambio, si el zumbido proviene de una abeja, y así
se verifica, no es tan simple tener una respuesta:
vacilamos, dudamos, entre el temor al aguijón y el respeto
por las virtudes encarnadas por la abeja.., sus productos
naturales, sus subproductos…, en fin; no es tan sencillo
decidir acabar, así, de un plumazo, con toda una vida de
trabajo -suponiendo que nuestra abeja perteneciera a esa
clase, cosa que no siempre estamos en condiciones de
discernir-.
Hay que saber separar, diferenciar, el sentimiento de culpa
que incorporamos al ajusticiar una mosca ó a una abeja,
no son asemejables. Aún más: cuando se dice que alguien
es incapaz de matar una mosca, para resaltar sus condiciones
de bondad ó inofensividad, se incurre en una afirmación
viciada de falsedad. Todos somos capaces, y todos matamos
moscas; no llevamos la cuenta, pero todos tenemos en nuestro
haber una elevada cantidad de esas víctimas… No cabe
duda, todos hemos suprimido más vidas de mosca que de
abeja.., aunque pueda servirnos de atenuante el argumento de
contribuir al equilibrio ecológico, ya que a pesar de
nuestras acciones, pareciera subsistir una mayor cantidad de
moscas por habitante que de abejas.
Pero habitantes somos todos, lo que incluye a las moscas…
Tal vez si nos dieran algo a cambio les perdonaríamos la
vida, como ocurre con las abejas…
Pero para dar hay que tener, y para tener, hay que
producir y… esto requiere organizarse, a lo cual no parece
muy apegada la mosca, que si cultiva algún tipo de
organización sólo sería una organización residual.
No tengo nada contra las moscas; y mucho menos contra las
abejas, que además de contribuir a la fecundación de
muchas especies del reino vegetal, nos proporcionan sus
productos saludables. Hay una medicina natural que los
incluye –hasta en su propio veneno se encuentran propiedades
beneficiosas-.
Hay tratamientos terapéuticos basados en productos
naturales.
Hay naturalezas que rechazan los medicamentos de naturaleza
artificial, así como hay otras que no toleran los productos
naturales.
Pero lo natural tiende a imponerse, a expandirse, en un
mundo todavía en expansión aunque cada vez más
desnaturalizado.
Hay tratamientos que se postulan naturales; y aún más:
¡de naturaleza no invasiva! -como si fuera ésta una
condición posible-.
No tengo nada contra la naturaleza. Tampoco tengo nada
contra las contradicciones, repito; pero hablar de naturaleza
‘no invasiva’ no parece muy sensato, bajo ningún punto
de vista. Y esto, dicho desde aquí, como habitante y como
contribuyente, como participante y como miembro, como producto
ó subproducto, en fin, del Orden Natural.
Hay demasiados ejemplos del carácter invasivo de la
Naturaleza. Basta pensar en mosquitos, cucarachas, polillas,
ratas, lombrices solitarias…, virus. O bien, considerar los
millones de bacterias, bacilos -buenos y malos- y otros organismos que habitan
nuestro cuerpo sin pedir permiso…
Reitero; no tengo nada contra las abejas. Es más, hasta
tengo un amigo apicultor -y no tengo muchos amigos-.
Pero esta abeja que insiste en merodearme, con su zumbido invasivo, y
sigue zumbando, interfiriendo mi trabajo artificial, posándose
ahora en mi taza de regaliz, no es un regalo bienvenido.
Muy por el contrario: perturba, distrae, e impide la
concentración necesaria para avanzar en el poema sobre la
banalidad.
En una palabra: invade.
Cabría agregar que esto, aunque parezca una banalidad, es
sólo una forma, entre tantas -muchas de ellas
imperceptibles- en que se presenta la naturaleza invasiva de
la naturaleza.
(Por otra parte, este individuo abeja aquí presente, es la
evidencia de un orden alterado. Se desprendió de su
comunidad; se separó de la organización: un organismo que
se desorganizó, seguramente abandonó su puesto de trabajo -
para venir a interrumpir el mío-, lo cual bien pudiera
merecer una sanción, un castigo, tal vez la pena máxima,
la pena capital, y esto resolvería la cuestión de la
culpa al aplastarla…Hacer justicia, en representación del
Orden; restablecer el orden.., aunque sea un pequeño orden,
un micro orden.., y de paso recuperar mi pequeño orden
artificial……
Pero no; no voy a entrar en ese juego; hacer justicia
por cuenta propia es una de las formas en que se manifiesta
el Orden Natural, que todo lo invade.
Debo desobedecer esos impulsos. Permanecer neutral…)
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