La profunda
desigualdad entre las palabras
(las hay sólidas,
aguadas, esdrújulas, evanescentes
y dudosas, soeces y
engañosas, ambiguas y
ominosas; contamos
con excesos verbales y
términos
irreproducibles)
¿Las palabras
entonces no sirven?
Sirven: dependemos
de ellas,
para crear, creer,
mentar, mentir, dudar
y crear dependencia.
Cumplen su servicio,
obedecen
con la misma
eficacia, al justo y al injusto,
al sabio y al necio,
al pastor y al mercader,
al filósofo y al
embaucador, al publicista y
al feligrés, al
político y al poeta, a la víctima
y al victimario.
No necesitan
ajustarse demasiado a nada,
la precisión no es
un valor excluyente
ni reconocido por
los contribuyentes.
Sólo la diferencia
es necesaria:
Somos parte de un
sistema muy diferenciado,
que apuesta a la
diferencia; incorporamos y
emitimos diferentes
discursos en el curso de
la vida: un sistema
que se sostiene en relación
a las diferencias.
La palabra se ajusta
a cualquier necesidad
y propósito; no
necesita ser justa o injusta,
pero puede
justificarlo todo.
La desigualdad es el
rasgo predominante
tanto en las
relaciones humanas
como en la lengua
que las sostiene.
Aceptamos:
Compartimos un mundo
donde impera la
desigualdad y se impone
la diferencia -hay
capacidades diferentes-
La aceptación de
este enunciado
es condición para
la reproducción
del modo de
producción de diferencias
tanto como para
aspirar a algo diferente.
La aceptación es
condición
para la desigualdad:
-Aceptar-
No hay comentarios:
Publicar un comentario