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domingo, 29 de octubre de 2017

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(Onésimo Evans)


La profunda desigualdad entre las palabras
(las hay sólidas, aguadas, esdrújulas, evanescentes
y dudosas, soeces y engañosas, ambiguas y
ominosas; contamos con excesos verbales y
términos irreproducibles)

¿Las palabras entonces no sirven?

Sirven: dependemos de ellas,
para crear, creer, mentar, mentir, dudar
y crear dependencia.

Cumplen su servicio, obedecen
con la misma eficacia, al justo y al injusto,
al sabio y al necio, al pastor y al mercader,
al filósofo y al embaucador, al publicista y
al feligrés, al político y al poeta, a la víctima
y al victimario.

No necesitan ajustarse demasiado a nada,
la precisión no es un valor excluyente
ni reconocido por los contribuyentes.
Sólo la diferencia es necesaria:

Somos parte de un sistema muy diferenciado,
que apuesta a la diferencia; incorporamos y
emitimos diferentes discursos en el curso de
la vida: un sistema que se sostiene en relación
a las diferencias.

La palabra se ajusta a cualquier necesidad
y propósito; no necesita ser justa o injusta,
pero puede justificarlo todo.

La desigualdad es el rasgo predominante
tanto en las relaciones humanas
como en la lengua que las sostiene.

Aceptamos: Compartimos un mundo
donde impera la desigualdad y se impone
la diferencia -hay capacidades diferentes-

La aceptación de este enunciado
es condición para la reproducción
del modo de producción de diferencias
tanto como para aspirar a algo diferente.

La aceptación es condición
para la desigualdad:

-Aceptar-



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