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viernes, 30 de marzo de 2018

De dónde vienen los reyes

(José Luis Greco)


El vecino estaba en casa, no recuerdo el motivo de su visita, pero no dejaba de ser algo natural: tenemos buena relación (conviene llevarse bien,uno nunca sabe cuando puede llegar a necesitarlos, y no son una presencia que se pueda evitar, a no ser que uno decida vivir en el campo, pero está demasiado contaminado) 

Más curioso fue que saliera al jardín (estábamos en la cocina, que da al jardín, hacia el fondo de la casa) aunque tampoco es algo tan extraño cuando hay cierta confianza: pudiera ser que un interés en las plantas, o ganas de mirar el cielo y tomar un poco de aire lo hubieran impulsado (el jardín atrae, de hecho, yo paso más tiempo ahí que dentro de la casa) Pero pasado un tiempo que no puedo precisar, observamos que empezaba a moverse de una manera extraña, algo que crecía en intensidad: no bailaba, no había música, no estaba elongando sino más bien lo contrario: contracciones, contorsiones, movimientos espasmódicos que se tornaban más violentos, como poseído por una fuerza extraña (Bueno, lo que para uno es extraño puede no serlo para un vecino, hay que ser cauto y no dejarse dominar por los impulsos) Voy a ver que le pasa… No vayas, dijo mi mujer con un temor que ahora me parece lógico y sensato, pero que en ese momento no me detuvo. Salí, me acerqué ¿Te sentís bien, Reynaldo? No me contestó, concentrado en una nueva contracción más fuerte, ahora casi acuclillado y tenso y que, para mi sorpresa (no puedo explicar más que ésto) lo redujo hasta alcanzar el volumen de un perro, un perro de tamaño medio, para ser generoso. No sólo el volumen: era un perro, un perro bastante común, sin raza definida ni señas particulares; un perro cualquiera.

Nos miramos con mi mujer… ¿Qué hacer? No pensábamos tener un perro, con los dos gatos y el tortugo estábamos bien, pero había que hacerse cargo, no podía echarlo como a un perro, uno tiene su sensibilidad, los animales tenemos sentimientos, era un perro, acaso no el que hubiera elegido, pero reunía todas las condiciones de un perro, no podía abandonarlo: era un perro que además, había sido un vecino hasta hacía un momento…

Los gatos, al principio lo rechazaban, se encrespaban y lo azuzaban cuando se les avecinaba; pero al final, si bien no se hicieron amigos, terminaron aceptándolo: los gatos son muy perceptivos, seguro detectaron que no tenía malas intenciones y percibieron que portaba una historia complicada.

Es un animal tranquilo y apacible, nunca lo ví ladrar, ni gruñir ni quejarse, y a diferencia de los gatos, no suele ausentarse visitando casas vecinas.

Hasta nos ahorró el trabajo de buscarle un nombre; ya tenía (sólo se lo abreviamos por comodidad, era un poco largo: quedó reducido a la primera sílaba)


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