El
vecino estaba en casa, no recuerdo el motivo de su visita, pero no
dejaba de ser algo natural: tenemos buena relación (conviene
llevarse bien,uno nunca sabe cuando puede llegar a necesitarlos, y no
son una presencia que se pueda evitar, a no ser que uno decida vivir
en el campo, pero está demasiado contaminado)
Más curioso fue que
saliera al jardín (estábamos en la cocina, que da al jardín, hacia
el fondo de la casa) aunque tampoco es algo tan extraño cuando hay
cierta confianza: pudiera ser que un interés en las plantas, o ganas
de mirar el cielo y tomar un poco de aire lo hubieran impulsado (el
jardín atrae, de hecho, yo paso más tiempo ahí que dentro de la
casa) Pero pasado un tiempo que no puedo precisar, observamos que
empezaba a moverse de una manera extraña, algo que crecía en
intensidad: no bailaba, no había música, no estaba elongando sino
más bien lo contrario: contracciones, contorsiones, movimientos
espasmódicos que se tornaban más violentos, como poseído por una
fuerza extraña (Bueno, lo que para uno es extraño puede no serlo
para un vecino, hay que ser cauto y no dejarse dominar por los
impulsos) Voy a ver que le pasa… No vayas, dijo mi mujer con un
temor que ahora me parece lógico y sensato, pero que en ese momento
no me detuvo. Salí, me acerqué ¿Te sentís bien, Reynaldo? No
me contestó, concentrado en una nueva contracción más fuerte,
ahora casi acuclillado y tenso y que, para mi sorpresa (no puedo
explicar más que ésto) lo redujo hasta alcanzar el volumen de un
perro, un perro de tamaño medio, para ser generoso. No sólo el
volumen: era un perro, un perro bastante común, sin raza definida
ni señas particulares; un perro cualquiera.
Nos
miramos con mi mujer… ¿Qué hacer? No pensábamos tener un perro,
con los dos gatos y el tortugo estábamos bien, pero había que
hacerse cargo, no podía echarlo como a un perro, uno tiene su
sensibilidad, los animales tenemos sentimientos, era un perro, acaso
no el que hubiera elegido, pero reunía todas las condiciones de un
perro, no podía abandonarlo: era un perro que además, había sido
un vecino hasta hacía un momento…
Los
gatos, al principio lo rechazaban, se encrespaban y lo azuzaban
cuando se les avecinaba; pero al final, si bien no se hicieron
amigos, terminaron aceptándolo: los gatos son muy perceptivos,
seguro detectaron que no tenía malas intenciones y percibieron que
portaba una historia complicada.
Es
un animal tranquilo y apacible, nunca lo ví ladrar, ni gruñir ni
quejarse, y a diferencia de los gatos, no suele ausentarse visitando
casas vecinas.
Hasta
nos ahorró el trabajo de buscarle un nombre; ya tenía (sólo se lo
abreviamos por comodidad, era un poco largo: quedó reducido a la
primera sílaba)
No hay comentarios:
Publicar un comentario