(Abel A. Borda)
Prefiero el
silencio,
escribo en silencio.
Según la intensidad
del silencio
(fluctuante) será
la intensidad de la
propia concentracion
en la escritura
(emisión
silenciosa)
Podría definirme
como un hombre
silencioso: que
escribe más de lo que habla.
Escribir es hablar
en silencio (o con el
silencio) o hablar
solo, un hábito que roza
lo patológico, que
sólo se diferencia por tener
un fin, una
finalidad estética, es decir
un sentido
terapéutico.
Podría definir,
pero las definiciones son
siempre parciales,
incompletas, como el silencio.
(El silencio
absoluto no existe en la naturaleza,
hay que crearlo en
forma artificial, producirlo:
La experiencia
obtenida con una cámara
especialmente
diseñada para aislar al visitante
de todo sonido,
reporta que ningún humano
puede soportar tal
condición más de unos
15 minutos. Se
pierde el equilibrio, el sentido,
la cordura; en ese
orden. El orden de lo absoluto
nos es ajeno)
¿Será por eso que
muchos no lo soportan, y
desarrollan una
especie de fobia al silencio, al punto
de necesitar un
fondo sonoro para hacer cualquier
cosa?
¿Qué es el
silencio?
Definirlo como
ausencia de sonido, es como definir
la muerte como la
ausencia de signos vitales:
Definir algo por
contraste con su supuesto opuesto,
sólo agrega dudas,
tanto sobre el objeto a definir
como sobre la
capacidad de definición del
enunciante y la
eficacia de su lenguaje.
Ante el vicio
retórico, es preferible el vicio silencioso.
No todo es
definible, y no hay ninguna definición
definitiva.
Algunos atribuyen la
crisis ontológica de la
humanidad, a la
falta de definición: hay mucho
por definir.
Otros sostienen que
el verdadero problema no es
la falta sino el
exceso: exceso de sentidos, de
opciones
alternativas, la sobreoferta de estímulos
y tentaciones para
distintos desvíos, y una diversidad
orientaciones,
vocaciones y oportunidades que resulta
contraproducente e
incluso nociva: la amplitud de
lo diverso aumenta
la confusión y conspira contra
la concentración
necesaria para la buena definición.
Siembran el caos y
la disipasión, quienes insisten
con aquello de “hay
que oir todas las voces”
Por el contrario,
son pocas las que tienen algo
interesante que
agregar, y siempre es conveniente
concentrarse en una:
Las naturalezas superiores
sólo oyen la voz de
la conciencia, es decir la propia,
descartando el resto
como emisión residual, un
aporte a la
contaminación acústica.
Yo prefiero el
silencio, aunque no pueda definirlo
todavía.
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