(Horacio Ruminal)
Pecaría
(de precariedad)
si aspirara a no
reproducir
el ritmo como forma
de lo múltiplo y
acérrimo
propagándose a sí
mismo
y sin margen de
error.
No sea acaso, el
pecado
la más alta
creación divina.
El pecado exitoso
se percibe casi
irrepetible,
se burla de los
buscadores
y del éxito.
Pero el éxito
está al alcance de
cualquiera,
como el pecado.
Hay que tener la
voluntad inquebrantable
del emprendedor, la
fe del feligrés,
del aprendiz de
emprendedor, la
disciplina del
discípulo.
La convicción del
que se sabe iluminado,
y nada,
avanza: nadar a
oscuras con cadáveres
congéneres, entre
ínfulas inútiles o ajenas,
no es menor aventura
que la de aquel
que escribe a la
intemperie:
“la ergástula es
obscura”
Borges no pecaba, y
si lo hacía, supo como
guardar el secreto.
Buscar la perfección
no es un pecado.
Tal vez la erudición
sirva de antídoto
ante el exceso
que a todo pecador
atrae.
No blasfemaba
Borges, era en extremo
minucioso en el
cuidado de su lenguaje.
Pero escribió: “El
arte de la injuria”
reconociendo arte en
el exceso
y gozando al
recoger, manipular, recopilar
el goce del pecado
ajeno.
¿Ajeno?
Ante mi copa de
ajenjo me pregunto
¿El pecado perfecto
es el que logra
pasar desapercibido,
incluso para quien
lo comete?
Pecaría
El Marqués, pecaba
escribiendo,
condenado al
encierro, escribía más,
pecaba mejor: en
la oscuridad de su
ergástula, no hacía
más que pecar
(y gozar lo pecado)
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