(Tomás Lovano)
No sé que día es
hoy,
podría averiguarlo,
pero no hay ningún
motivo.
No sé que día es
hoy.
¿Qué cambiaría
saberlo sábado?
¿Qué diferencia a
un sábado de otros
días?
Todos los días
podrían ser sábados
y vivir en la
continuidad de un eterno
sábado, no nos
haría menos sabios ni
más interesantes.
Nos aburriríamos
del sábado como nos
aburrimos del
domingo: No me
aburro de no saber
qué día es.
Hoy puede ser un
gran día, pero es más
probable que sea un
día olvidable,
llámese sábado o
no (al cabo, los grandes
días también se
olvidan)
No recuerdo ningún
sábado en particular,
como tampoco ningún
día con otro nombre.
Como si no fuera
suficiente con el nombre,
los días también
tienen número.
No sé qué día es
hoy, aunque podría averiguarlo
para poner la fecha
arriba, en el ángulo superior
derecho de la hoja,
como supe hacerlo alguna vez.
¿Para qué?
Hay quienes
necesitan registrar todo,
para disponer de
información.
El exceso de
información también puede ser
un problema, una
sobrecarga inútil: una
redundancia.
Una memoria de 64
años está atiborrada
de información
inútil.
Hay quienes viven al
día, necesitan
saber qué día es,
para poder vivirlo
u ocuparlo.
Cualquier día puede ser hábil o inhábil
si se acepta como tal y se está dispuesto
a desarrollar alguna habilidad; sólo
hay que tenerla y ocuparse:
No es mi caso.
¿Qué es el día?
¿Una abstracción?
¿La ilusión de renovar
la continuidad de
todo en la expresión de un
movimiento cíclico
que se repite?
El día es una
palabra, dos sílabas,
tres letras. Un
acento en el centro
de la isla, cuya
superficie se habita
sin necesidad de
ninguna habilidad.
Cada día es único
e irrepetible,
estamos en
condiciones de repetir.
El consumidor final
necesita estar al día
para que no lo
sorprenda ninguna fecha
de vencimiento (los vencimientos no
descansan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario