(Carlos Inquilino)
El equilibrio está servido,
en la mesa familiar, la mesa
madre en que amasamos
y fuimos amasados, en las
distintas mesas del mundo
con vista al horizonte,
a un tragaluz o a otras mesas
a imagen semejanza.
El horizonte se mantiene
idéntico a sí mismo -aunque no
lo veamos- Sabe conservar su lugar
y sabemos que es igual a la suma
de sus ángulos internos.
No tiende ni pretende.
No crece ni apetece.
Nos observa en equilibrio
ir y venir a nuestras mesas
naturales: con familias que crecen
o decrecen o sin ellas.
Las mesas permanecen en función
(pueden requerir algún mantenimiento
en el tiempo, para prolongar su servicio
pero una buena mesa puede sobrevivir
a generaciones de comensales,
como el horizonte)
El equilibrio está servido: Nos sentamos
a la mesa y disfrutamos del paisaje natural,
el alimento balanceado.
El equilibrio es esencial para la mesa
y sus frecuentadores: comensales, jugadores,
especuladores, soñadores, saboteadores,
activistas, lectores, escritores, aspirantes.
La mesa expresa equilibrio, más allá de formas,
tamaños y de la calidad de sus materiales.
La mesa es equilibrio: no sería mesa si no
cumpliera esta condición.
Puede tener algún juego, como esta mesa
que se mece. Pero no afecta mucho su función:
basta nivelar alguna de sus patas para
solucionarlo.
No es mi caso, no tengo nada en contra
de los juegos de mesa. Son un recurso de doble
utilidad para el conocimiento:
En el juego y en la mesa se conoce a las personas.
Entre sus prestaciones casi ilimitadas
el equilibrio nos observa
ensayar, alterar formas, combinar materias
para obtener sentido: sentidos que tributan
a equilibrios.
Entre sus prestaciones casi ilimitadas
la mesa sirve, continua en servicio
aún después de levantar la mesa:
Sirve para pensar en otras cosas,
en otras mesas, mesarse las barbas
y concebir alguna desmesura,
o contribuir al equilibrio universal
formulando poemas sobre la utilidad
del equilibrio.
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