(Encarnación Segura)
El ganado no era el mismo
de siempre.
Erraba sin rumbo y sin destino
como ganado por el desgano
y el desasosiego.
Había sido abandonado por su amo,
que había partido de este mundo
sin dejar descendencia, herederos,
sucesor o reemplazante.
Ni siquiera un encargado apoderado
o un humilde pastor.
El ganado parecía perdido, sin duda
percibía que su condición había
cambiado:
Sabía que estaba solo, acéfalo,
sin un amo que lo engoradara
con su mirada impar (el hombre
había sabido perder un ojo en una
apuesta) y acusaba esa falta.
Abandonado a su suerte, el ganado
no era el mismo. En su orfandad
languidecía mientras erraba sin rumbo
y sin futuro.
¿Qué futuro habría para ningún ganado
sin su amo?
¿Qué futuro para un verbo sin sujeto?
Así andaba ese ganado, errando sin
sentido en esa pampa inmensa, pastando
con desgano, sin fe, sin voluntad.
Con la desidia propia del que se sabe
perdido, sin nada por ganar, ni qué
apostar:
Como una presa inerme, arrinconada,
arracimada en la soledad de esa pampa
inmensa, resignada a su suerte, sin amo
ni amuleto.
Un ganado abandonado, sin destino
que esperar y cuyo único sentido
proviene del pasado, de ese participio
pasado sin presente ni fufuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario