(Tomás Lovano)
Ha partido nuestro hermano
Asco Miceto.
Un buen hongo, cuya alma
despedimos con esta sencilla oración.
Un hongo humilde, que supo sufrir
y gozar como cualquier mortal
y después de haber agotado
su condición efímera, abandona este
valle de lágrimas, sangre, y otros
fluídos residuales que no es atinado
enumerar en esta hora.
Rogamos por la paz de su alma,
Ascomiceto ya no está, es sólo
un tenue registro en la memoria
de quienes lo conocimos.
Su alma ha emprendido el viaje
postrero, ya no podrá pecar
entre nosotros.
Pero nos deja sus esporas,
como prenda de fe y esperanza.
Adiós, hermano… Que tu alma sea
acogida por el Amor infinito del
Supremo: Oremos…
Ahora, en un acto de contrición,
reflexionemos en silencio
con nosotros mismos y en comunión
con Asco, mientras nos respondemos:
¿Has cosechado lo que sembraste?
¿Somos amos de lo que cultivamos,
con o sin amor o viceversa?
¿Qué cultivar en esta época del mundo?
¿Somos fungibles al amor?
¿Somos aptos para el cultivo?
¿Merecemos todo lo que necesitamos?
¿Somos aptos par el consumo divino?
Asco ha abandonado el mundo material,
ha trascendido su condición fugaz
y ahora se eleva hacia los planos
superiores, cumpliendo el plan
divino.
Nos encontraremos con Asco
cuando la voluntad divina lo disponga.
Hombres y hembras, hongos y hongas,
en las diversas expresiones de la libre
autopercepción genérica, todos somos
parte de un diseño superior:
Nos une un destino común, somos
emanación divina y todos somos
biomasa.
Practiquemos la humildad
como Asco, un hongo humilde,
un semejante, un prójimo, un hermano.
Hasta siempre, Asco...
No hay comentarios:
Publicar un comentario