(Aquino Lamas)
Los deseos son órdenes,
tengo para mi:
excepto los ajenos.
Nadie puede permanecer ajeno
al orden de lo deseable
por demasiado tiempo. Siempre
hay tiempo para desear algo
-aunque más no sea, el fin de la
sujeción a ese orden-
Una resolución, justa o injusta,
alivia esa tensión que el deseo
supo generar (las tensiones, no
se sabe en qué terminan, mientras
que el reposo trae alivio: algo
deseable)
Pero no es el reposo un estado
que pueda mantenerse demasiado
tiempo -aunque sabemos que a
cada minuto nos acercamos al
reposo definitivo-
Mis deseos son órdenes:
Sólo me mueven deseos autistas,
escribe el poeta autogestionado
-un self made man- desde su
ergástula ergonómica.
Soy yo y es ahora, se ordena.
Si fuera otro, no podría escribir
este poema. Acaso ni siquiera lo
leería.
¿Para qué perder tiempo incorporando
los residuos de deseos ajenos?
Tengo los míos, sin metáfora:
ellos no la necesitan.
No hay poema sin deseo, todos se arman
con los restos de deseos que no llegaron
a destino.
¿Cuál es el destino de un poema?
¿Ser leído?
¿Quién podría leerme mejor que yo?
El Otro leerá lo que quiera y como quiera
(Uno oye solo lo que quiere oir: quien
quiera oir que oiga, no soy quien
para impedirlo)
¿Qué pedir a un poema?
Cada cual pide su deseo, una mueca,
una sentencia, un perfume, una señal
que comunique al sentido emotivo:
algo en que poder identificarse.
El otrO puede interpretar cualquier cosa,
y detenerse en cualquier parte, creyendo
detectar el sentido más profundo, el
verdadero sentido del poema, que suele
ser otro.
El otrO se desvía, porque es Otro:
Es natural, sigue su deseo, que es otro.
Yo no soy ningún OtrO
¿Qué esperar del deseo del Otro?
La única certeza es el desvío.
El poema es, en esencia, otro desvío:
materia residual, desechos de deseo
desviado de su función útil.
Un desvío que busca su forma
para resolver en otro provisorio
estado de reposo.
No hay otro sentido. Pero hay Otros, que
desean -y acaso deseen lo mismo-
Lo cierto: Un poema puede adoptar distintas
formas, incluso aquella que todo lector de
poemas rechazaría. Y es natural:
Sólo debe fidelidad al deseo original.
¿Un exceso?
El poema no espera un juicio justo
ni pregunta alto quién vive.
No busca afinidades ni clientes,
ni cree en el adjetivo vivo.
Sabe que para estar vivo
es preciso ser excesivo.
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