(Nicasio Uranio)
Era un elegido, a
todas luces;
un jugador distinto
en más de un
sentido.
Su técnica
exquisita, la capacidad
de improvisar y
desairar a la marca
con su gambeta
indescifrable, sumado
a la velocidad
mental, el manejo de
todos los perfiles,
de los tiempos y
el sentido de
ubicación, eran más que
suficientes para que
fuera admirado
por propios y
extraños, y codiciado por
los clubes más
ambiciosos.
Era un elegido, sin
duda destinado a
brillar en lo más
alto, solo. Sólo que
no lo supo
aprovechar, o tal vez no lo
quiso.
Lo que le jugaba en
contra, era precisamente
su pasión por el
juego: Gozaba el juego en
sí mismo,
desdeñando cualquier definición,
o cualquier otra
definición:
Se hamacaba para una
lado, para otro,
engañaba y pasaba,
amenazaba sin llegar
a definir. Volvía
atrás, se reiniciaba (era
capaz de repetir la
misma jugada varias veces,
ofreciéndole
siempre otra oportunidad a su
marcador ocasional,
que invariablemente eran
desaprovechadas
hasta acabar en una falta, un
exceso que a menudo
le costaba la expulsión
al desdichado, ya
harto de tanta humillación.
La sanción podía
terminar en festejo, gracias
a los buenos oficios
de algún compañero: Él
rechazaba encargarse
de la ejecución, no por
incapacidad o temor
al error no forzado, sino
que no lo
disfrutaba; le resultaba demasiado
fácil, no
constituía un desafío.
II
Lo suyo era el
juego; jugar, burlar a su marcador
y a todos los que se
cruzaran en su camino,
siempre
impredecible. Pero no con la intención
de ponerlos en
ridículo, sino por el propio goce
de ejercer su arte y
compartirlo con el público,
que lo festejaba a
rabiar y lo gozaba como sólo
se goza el verdadero
arte.
Pero no era un goce
simétrico: el sentimiento
popular no se
completaba contemplando el
suyo y disfrutando
su magia y sus proezas:
Faltaba la
culminación de ese arte en el
resultado, y el
público caía en la impaciencia.
La impaciencia puede
ser parte del juego, y
hacer que todo
cambie y no termine como
hubiera sido
deseable:
La afición se fue
decepcionando y le bajó
el pulgar: Los
elogios, alabanzas y el amor
evolucionaron en
sentencias como: es pura
espuma, es un
calesitero, estaba inflado por
el periodismo…
Mientras los
relatores y comentaristas hablaban
de la gambeta
intrascendente, improductiva y
de las malas
decisiones.
El destino sabe
burlarse de los que abusan
de la burla, aunque
sea sana ¿La hay?
El licenciado E.
Lamela se interesó en el tema
y realizó un
estudio sobre la pasión, la cuestión
lúdica y la
ecuación entre volumen de juego e
incapacidad de
definición.
En su trabajo,
equipara el juego y trabajo de
campo con el amor y
sus vaivenes.
En ambos casos hay
una tensión que se desarrolla
en un sentido
determinado por distintos factores.
Este desarrollo
conduce a producir una resolución:
El orgasmo en un
caso, el gol en el otro.
Cuando el útil
penetra en la valla del Otro, esa
cavidad con red, se
alcanza la condición orgásmica:
La parcialidad se
abraza a ese goce efímero que
pareciera tener más
valor que la vida misma:
Resolver, definir,
anotar, convertir o embocar, en
un lenguaje más
burdo y popular, son términos
que comparten un
sentido: el sentido de la muerte,
de algo que
concluye, que empieza a definirse o
acaba definiendo el
sentido del juego.
III
La violencia no es
ajena a las definiciones, sino
que es parte de la
emoción: No hay competencia
sin violencia,
aunque pueda estar disfrazada de
mil modos (la
violencia encubierta es natural a
casi toda expresión
de la naturaleza humana)
¿Postergar la
definición puede ser también una
forma de violencia
encubierta?
Lamela no da una
respuesta definitiva (él no
suele dar
respuestas, prefiere ofrecer preguntas
y mantenerse ajeno a
las definiciones, que
considera siempre
sospechosas)
Podríamos aventurar
que anteponer el juego,
el propio goce de
jugar a las definiciones que
todos esperamos,
podría significar una falta
grave al soporte
emotivo que sostiene la
actividad deportiva
como espectáculo, negocio
y sentimiento.
¿Son negociables
los sentimientos?
Los populares
pareciera que sí, los otros no
sabemos. Pero el
lic. Lamela no se pronuncia
y deja la definición
abierta.
¿Podría haber
juego sin resolución, sin definición?
¿A quién atraería
ese juego indefinido y sin promesa
de definición?
¿Puede pensarse en
un amor indefinido?
Tal vez sí, y su
goce fuera sólo de unos elegidos,
que podrían no
aprovecharlo, o ni siquiera
saber que lo son.