(Olegario Saldívar)
Somos afortunados, Medardo,
sólo que no tenemos conciencia
de todo cuanto nos es dado.
Bastaría detenerse en un verbo
como éste y observarlo emanar
y declinar en todas sus funciones.
Para ser justos, habría que dar
gracias a los verbos encarnados
que nos permitieron crecer y
encaramarnos y elevar una oración
proporcional.
No es fácil, somos receptores de
un volumen que nos excede, y
como dadores somos propensos
al exceso:
Damos crédito, prebendas, bendiciones,
asco, miedo, contraseñas y argumentos
dignos de mejores causas.
Damos batalla, motivos de sospecha
y ofrecemos resistencia al movimiento
anómalo y al enemigo reconocido.
Damos vida y muerte, a cada paso
dando argumentos suficientes y
las condolencias del caso.
Ser sujeto es ser dador:
Sólo los sujetos damos y recibimos.
Dado un sujeto, no puede no dar.
¿Qué otra cosa puede dar sin ser sujeto?
¿Somos lo que damos?
¿O el saldo entre entradas y salidas?
Yo dí, doy, me doy, dime:
¿Por qué no hubiera dádome?
El dador nativo no se mide, da
y ahí se reconoce: cobra conciencia
de las necesidades dadas que se
expresan en el verbo dar.
(Algunos se reconocen más en el
verbo tomar)
En ambos casos, el sujeto se reconoce
funcional al intercambio, que es propio
de la carne.
Carne y Verbo se complementan, en un
sentido dado, para que todo fluya como
era de esperar y podamos comerciar
como Dios manda.
Somos afortunados, Medardo.
La carne es débil y perece,
pero el verbo sobrevive
y seguirá encarnando por generaciones.
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