(Epifanio Weber)
Le faltaba valor para gozar
de sus propiedades, pero había otras
al alcance de la mano como para que
el goce no le resultara ajeno.
Era cuestión de desguazar, clasificar
y despejar tanto material dudoso y
enfocarse en lo profundo, hasta llegar
al centro de emisión y producción
de goce.
Pero prefería la periferia.
No confundir con placer: éste puede
ser inducido, producido y gestionado
por la conciencia.
Hay tres categorías de goce:
El goce material, el espiritual y
el goce de la crítica.
El primero es el más popular, es del orden
físico y remite al cuerpo.
El segundo, trasciende la condición material
y es ajeno al orden de lo racional. Se vincula
a otras formas de energía que no conocemos.
El otro, es una experiencia intelectual; un
juego de destreza que puede producir endorfinas
como cualquier deporte: Se gana y se pierde,
alimentando la sana competencia, donde siempre
se imponen los mejores.
II
Hay que desacralizar el goce, cuyo valor
está fuera de discusión. No es lo único que
importa; hay más cosas fuera de discusión.
¿Somos capaces de entablar esta discusión
acá afuera?
Las propiedades del goce son múltiples,
incontables, te cuento: nadie me lo contó,
aunque algunos tomaron sus medidas.
¿Cómo medir el goce con las magnitudes
disponibles?
El estado de goce, es anterior al origen de
la familia, la propiedad y el estado.
Nuestros primeros ancestros ya estaban
familiarizados con el goce, cuando aún no
poseían ningún bien enaajenable, nada propio
y desconocían el sentido de pertenencia.
No tenían valores ni conciencia, eran plenamente
inconscientes de todo lo que les faltaba, y sin
ningún conflicto, gozaban de esa falta.
No hay mucho más para decir del goce,
es mejor gozar de todo lo que no puede
decirse.
Es mejor gozar en forma silenciosa,
sin preguntar por el sonido ni el sentido.
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