(Amílcar Ámbanos)
¿Cuánto sabe un ave de aves?
No se sabe, nadie sabe
lo que un ave sabe.
Tal vez ni el ave,
y hasta ni sepa el nombre
de su especie o cepa.
No sabemos si sabe
que es un ave,
quién sabe…
Pero sabe volar, y vuela
aunque no sepa nada.
No sabe, lo más grave:
ignora la gravedad de aventurarse
desconociendo la gravedad de todo
lo que no sabe.
Volar sabe, vuela con naturalidad
como quien sabe lo que hace,
aunque no sepa otra cosa,
Vuela con liviandad, despreocupada
del peso de todo cuanto no sabe
de la gravedad y de su cuerpo.
Audaz se eleva,
libre, tal vez, del pesado lastre
de saberes y conocimiento inútil.
Osana en las alturas,
sube hasta donde sabe que no sabe,
acaso sin saber que sube
y que todo lo que sube
tiene que bajar menos el costo
de la vida.
El ave nada sabe de la vida,
mal podría saber que tiene
un costo, como todo lo que
sabemos.
El ave gana y pierde altura
en forma azarosa, sin un patrón
establecido, como si no tuviera
un fin determinado.
Tal vez lo tenga y no lo sabe,
no tiene por qué saberlo
si no sabe casi nada.
Pero vuela con soltura
y pasa entre las nubes pasajeras.
Todos somos pasajeros,
conviene andar liviano.
El ave erra en las alturas
en vuelo triunfal.
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