(Wilmar Bordenave)
El poema está vivo,
pude observar sus signos vitales
con neutralidad objetiva.
Alcanza un nivel de realidad
inédito y es bastante profundo,
acaso más que yo.
Pero no me representa.
Por suerte, ya abandonó
la mano que lo escribió:
No importa que no sea yo
quien lo decida, está acabado.
Todo toca a su fin, para que
todo recomience, como dispuso Dios
en un comienzo, antes de hundirse para
siempre en lo insondable del éter
hasta el fin de los tiempos.
El tiempo de las entidades eternas
nos es ajeno: No habemos forma
de entender la vida sin el movimiento
del tiempo.
II
Decir que el tiempo es oro
u orar por la reproducción del oro
mientras mejoramos las metáforas,
no altera el paso de las horas.
Una hora hombre de las mías
no vale casi nada: lo suficiente
para observar la evolución del poema,
verificar su breve vida y comprobar
que no me representa.
Tal vez en otro momento… Pero
¿Por qué tendría que hacerlo?
¿Hasta qué punto es necesario estar
representado?
La necesidad es algo exclusivo de
los cuerpos, y ni siquiera de todos:
Una piedra no posee ninguna.
Hay quienes coleccionan piedras:
No hay nada que no pueda coleccionarse
o ser coleccionado, rezaba un poema de
mi colección.
Si vas a coleccionar significantes
recomiendo este gerundio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario