(Tomás Lovano)
Luce luto la luz,
no se aglutina como supo,
ni celebra la dispersión
de sus haces.
Una formación creciente
de cuerpos provistos
de cavidades provisorias,
se extiende hacia el poniente
dispuesta a sacrificar su alma
por un hueco de luz, un nicho.
Cualquier cociente que se cuadre
puede reflejar y remitir utilidad
residual en lo que dura esta ecuación
obscura.
Nadie espera ecuanimidad de la luz,
ni de los cuerpos semovientes. La
vida útil de un ser de luz, está acotada
y determinada por su propia combustión
interna. Cualquier aprendiz lo sabe:
nada brilla por sí mismo sin combustión,
es decir consumo.
El consumo hace posible la noción
de tiempo, necesaria para alimentar
nuestro consumo.
Hace bastante tiempo que vivimos
de una luz pretérita y remota, de cuyo
presente poco sabemos. Ella es veloz,
pero el viaje es largo: No se vislumbra
ningún motivo para alterar nuestros
niveles de consumo.
Aceptamos la intermitencia como algo
natural, a la luz de los hechos conocidos
y la historia de luces y sombras
que conocemos gracias a los seres
de luz.
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