(Horacio Ruminal)
La poesía se ha transformado en eso
que
huye, a toda velocidad, de los
poetas
Matías José Morales
¿Estamos solos?
El poeta supo estar solo
a través de los siglos
su singladura adquirió distintas
formas, pero la soledad nunca
lo abandonó.
Esa condición, lo definía como
un ser extraño entre sus pares,
que apartado del mundo y sus
bullicios, era capaz de observar
desde lo alto, aquellas profundidades
de la vida que lucen ocultas
para la mayoría de los mortales,
y revelar aquello en sus poemas.
Más allá de esa imagen de seres
solitarios y extraños, el mundo
valoraba lo que hacían; eran
reconocidos, como los filósofos.
Y el poeta sabía que sus palabras
podían cambiar el mundo (Algunos
tuvieron que ocultarlas, u ocultarse
ante el peligro de recibir duras condenas
que incluían la pérdida de la vida: Otra
prueba, si hiciera falta, de que la poesía
nos puede cambiar la vida)
II
Pero el mundo cambió, el poeta de estos
tiempos, lejos de aquella soledad aceptada
como natural, desde una visión romántica,
hoy está rodeado de dispositivos que
multiplican estímulos a una velocidad
que no permite la menor distracción:
Hay que estar actualizado, todo cambia todo
el tiempo. No hay lugar para el ocio, el vicio
de la contemplación y mucho menos para la
reflexión profunda que demanda el poema
metafísico.
La búsqueda de la satisfacción instantánea
descarta la extensión tediosa, así como las
profundidades ontológicas:
El poeta debe aguzar su imaginación y
concentrar la producción de sentido
en objetos escuetos, breves y fugaces;
tan efímeros como la vida misma.
III
Debe evitar hablar de la función poética,
del discurso poético, del poema, del lenguaje,
del sentido de la palabra y de la palabra palabra.
Debe apelar a todos los recursos disponibles
para mantener un estado competitivo, y
ofrecer algo cuyo interés esté al la altura
del todo el material circulante, conocido
como espam desde los nuevos valores
digitales.
Pero el poeta no está solo:
Sabe que hay otros que están haciendo
lo mismo, y probablemente mejor.
No puede descansar en sus laureles
-si tuviera alguno- ni esperar la decantación
de esos versos escritos el último domingo.
Hay que actualizarse, manteniendo su conexión
con el pasado, el futuro y lo que puede esperarse
del presente: el presente es de lucha, siempre lo
fue.
El poema escrito ayer, hoy puede resultar obsoleto,
y este humilde ensayo, sin pretensión poética,
ahora mismo empieza a ser un anacronismo.
¿No nos moverán?
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