(Senecio Loserman)
Ante la embestida de una glándula
específica o genérica o anómala,
el cuerpo dispone sus recursos
para recuperar el equilibrio interno
en condición de visitante.
Las condiciones son cambiantes,
recuerda el alma dormida
-su investidura imberbe
y las almohadas anteriores,
impúberes al verbo consumar
con sus tres sílabas autónomas-
Y recuerda, la llama anonadada
revisitada por el humo amigo
o enemigo, velando el cuerpo
recobrado por el hábito.
Sólo el sueño es soberano, hermano,
decía la hormona no identificada a
la salida.
Salimos a esperar la noche,
a interpelar el aire y apedrear
al polvo enamorado.
¿Volvimos mejores?
Tal vez no, las glándulas sabrán
lo que hacen con el pasado.
Pero la memoria es selectiva,
conserva lo útil
y alguna que otra cosa. Resiste
unos embates: otros no.
Declina pero fluye,
embutida entre unos rastros
que nadie más visita y sólo ella
reconoce.
Huye en sentido circular
para que el sueño salga airoso
de sus dudas naturales, específicas
o genéricas.
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