(Asensio Escalante)
No está muerto quien reposa,
aventuraba el primer verso
de un poema, luego abandonado.
No recuerdo más.
No parece una frase feliz: si bien
el enunciado es verdadero, no llega
a ser taxativo, condición de casi toda
frase feliz.
Quien reposa no está muerto.
Pero podría estarlo…
La diferencia es sutil, no se percibe
a simple vista: cadáver y durmiente
son cuerpos casi idénticos; habría que
auscultar, verificar la presencia de
signos vitales…
Pero la frase seguirá signada por el
equívoco ¿Para qué afirmar algo
tan ambiguo como impreciso?
II
Menos feliz aún, resulta la elección de
la palabra reposo, que suele asociarse
con la muerte: el eterno reposo
o reposo eterno, metáfora dudosa si
las hay ¿quién puede asegurar que los
muertos reposan?
Luego, partir de una premisa falsa
conduce a un equívoco mayor:
Aceptar el estado de reposo como
lo opuesto a la vida, cuando se trata
de una condición vital, tan esencial
como respirar, necesaria para reponer
energías, eliminar toxinas y restablecer
las funciones celulares.
Pero la vida es un tejido de contradicciones;
vaya a saber qué oscuros intereses se ocultan
bajo estas metáforas, tan caras al sentido
común. Este humilde mortal lo desconoce,
como tantas cosas…
III
No está muerto quien reposa.
No recuerdo cuando lo escribí, ni por qué
lo abandoné, pero no veo motivo para no
suscribirla, al presente.
Es posible que la producción haya sido
trabajosa, elucubrar una frase tan profunda,
intensa y cargada de sentidos encontrados
ha de haber sido fatigoso, tanto como para
justificar el abandono y ameritar retomar
el estado de reposo.
Sin contradicción, no hay vida ni poema.
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