(Aparicio Custom)
Enterré un escarbadientes,
le tenía fe (todo puede ser
objeto de este sentimiento superior:
ella no discrimina, lo acepta todo;
es un cultivo sencillo, sólo hay que
creer y entregarse sin mezquindades)
Deposité mi fe en ese cuerpo discreto,
casi insignificante (aunque de materia
orgánica como el mío) y retomé mis
quehaceres de animal humano con
total normalidad.
Dejé pasar el tiempo: lo hubiera hecho
aunque me opusiera, mientras renovaba
mi fe depositada (la fe es un recurso
renovable, una flama que hay que mantener
y alimentar) sin olvidar el cuerpo elegido
y enterrado, objeto de esta fe.
La fe es una pasión propia y distintiva
de nuestra condición humana, como todas
las pasiones.
Los otros animales no se apasionan, ni
conocen el cultivo de la fe, por eso su
evolución es lenta, o lisamente nula: Las
hormigas que matamos ayer, son las mismas
de hace millones de años (son laboriosas, y
conocen la división del trabajo, pero carecen
de fe)
II
Al cabo de unas semanas, algo me hizo saber,
sentir que era el momento esperado:
Con una fe desbordante y casi irrefutable, me
inclino a creer, procedí a verificar:
¡Mi escarbadientes enraizó!
¿Creer o reventar? Volví la tierra a su lugar
y ahí lo dejé, esperando nuevos brotes con
idéntica fe (es de fácil reproducción, la fe)
No lo compartí, prefiero mantener el secreto:
No hay mucho que esperar de quienes
desconocen los caminos de la fe, tan insondables
como infinitos.
Tengo para mi que ella puede echar raíz en
cualquier parte; doy fe y sigo cultivando.
Ahora enterré un diente, perdí muchos
pero nunca perdí la fe. Ella todo lo puede,
que otros sigan masticando su falta:
que mastiquen sin fe, mientras elevo otra
oración y espero la tercera dentición.
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