(Epilobio Asking)
Las plantas, en sentido genérico, nos
acompañan desde siempre y más
allá de sus virtudes nutricionales
o medicinales, resultan una presencia
útil en el hogar.
No sólo su diversidad de formas, texturas,
colores y aromas. A su función ornamental
algunas agregan la purificación del ambiente,
la emisión de oxígeno, siempre necesario y
hasta la propiedad de ahuyentar insectos
indeseables (el orégano, por ejemplo, amén
de ser un condimento espanta cucarachas)
Además, una planta sana, joven, reluciente,
nos transmite su energía positiva.
Algunas requieren mayores cuidados, pero
muchas desarrollan bien en cautiverio y casi
todas, salvo las efímeras, suelen tener una
vida prolongada.
Sin embargo, no son ajenas a la erosión del
tiempo y, como todo organismo vivo, tienen
sus ciclos.
Así, una vez que entrega sus encantos, la
planta comienza a declinar; sus prestaciones
ya no son las mismas: languidece, pierde
prestancia, presencia y elegancia,
y de aquella energía positiva que emanara
otrora, queda una especie de efluvio melancólico.
En algunos casos, raros, basta una buena poda
para que recupere, en parte, la vitalidad perdida,
que no durará mucho.
Por lo general, es mejor renovarlas.
Es natural que aún en ese estado, la planta
ya senil siga creciendo y expandiéndose: ella
no sabe que su vida útil concluyó; sólo sabe
crecer y sigue echando tallos y hojas hirsutas
sin ninguna gracia: Se va en vicio.
El vicio hay que cortarlo por lo sano:
Entre los brotes jóvenes, elegimos los más
esbeltos y saludables para hacer esquejes.
La planta madre la tiramos a la basura
en el contenedor de reciclables (nunca se sabe)
Ella ya dio lo suyo y no tenía más que dar;
seguramente lo agradecería si pudiera,
como también la preservación de su
descendencia para el recambio generacional:
Nadie quiere saberse inútil y una planta
no siente; no tiene sistema nervioso central.
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