(Remigio Remington)
El poema pasa indiferente
mientras pasás en limpio
los residuos de una hora sin
consumo registrable.
El poema pasa como si nada
por la comisura de los verbos
aún vigentes y ante el túmulo
de voces perdidas que merodean
el vacío acumulado.
El vacío nunca es completo
para el poema que pasa
con su carga novedosa
de vacío sin resolver:
Casi todo resuelve en el vacío,
salvo el vacío.
II
Acaso una oración precisa y afilada
venga a cerrar todo lo que falta
para que reine una certeza como ésta.
Una oración elevable y reproducible
tantas veces como no haga falta para que
sea justicia.
Una oración vacía puede ocupar
más tiempo que descifrar el sueño
de un gato abandonado,
que ahora se vuelve y nos mira, nos
mira a los ojos como sólo los gatos
lo hacen.
(No conviene sostenerle mucho la mirada
a ningún gato, aunque sea de tu propiedad:
tus propiedades son ajenas a los ojos del
gato; él siente exactamente lo contrario,
te cree parte de las suyas)
Con los gatos nunca se sabe, pueden pasar
de la indiferencia taciturna a la violencia
extrema en un segundo: como un poema.
III
Los poemas pasan por los ojos
al oído interno y viajan hacia los entresijos
de la mente, esa entraña misteriosa.
¿Por qué pasa el poema y no otra cosa?
Porque es parte del aire
que es parte del vacío
que es parte del poema que pasa
porque tiene que pasar.
Toda palabra es una parte aire
y otra de vacío: ahí yace la aspiración
poética (sin vacío no hay aspiración,
es su única condición de producción)
El vacío, brinda la libertad para que
cada uno ponga lo que quiera, si puede
(o lo que pueda, si quiere: Nadie está
obligado a leer la letra chica del vacío)
El poema pasa como si nada,
después, podría degenerar en algo mejor,
lo que no estamos en condiciones de
afirmar: estamos de paso por aquí.
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