(Serafín Cuesta)
Siempre escribí el paréntesis
de arriba hacia abajo.
Ahora empecé de abajo
y es idéntico: no igual,
pero cuesta distinguirlos
y cumple su función sin merma.
La igualdad propiamente dicha
sólo se verifica en los números,
fuera de ese espacio acotado
es una cuestión espinosa.
Spinoza creía en Dios, pero no
en el que conocemos (si es que
conocemos alguno)
No hay dos dioses iguales
por definición, así como nosotros,
a imagen semejanza tampoco
somos iguales aunque igualemos a
los dioses.
¿Qué define la condición divina?
Nada como el milagro, pero no
cualquier milagro: Hay otras
entidades que los hacen, sin ser
dioses o diosas.
Las comparaciones son odiosas.
A la igualdad hay que encerrarla
entre paréntesis: Antes de abrir
el primer paréntesis, hubo corrido
mucha tinta, casi tanta como sangre:
Tuvo el hombre que pensar bastante
para arribar al primer paréntesis
y a los signos de puntuación que
le sucedieron.
¿Somos lo que pensamos, o lo que
hacemos?
¿O el producto de lo que hicieron y
pensaron otros?
El dios de Spinoza era poderoso,
como suelen serlo todos, pero sin
voluntad: Potencia en acto.
Los paréntesis siempre fueron pares,
como nosotros: Ser par no significa
ser igual.
Tampoco lo contrario.
Al pensar o hacer algo
siempre hay otro algo idéntico
y distinto, que no hacemos ni
pensamos entre paréntesis.
(Al abrir un paréntesis, se activa
automáticamente la necesidad de
cerrarlo, no importa el contenido
siempre que no sea un paréntesis:
esto sería tan falto de sentido,como
poner un cuerpo dentro de otro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario