(Olegario Saldívar)
Los gallos son criaturas que se ceban,
es fácil que lo hagan; además, aman cebarse
y se amanceban sin ningún protocolo.
Si el gallo exacerbado se ceba
y encabrita, antes de remontar vuelo;
si se va de boca y empieza a desparramar
injurias infundadas como un chichipío,
no sería extraño que mastique la mano
que lo amamanta.
No conviene contradecirlo, tampoco lo
provoques ni excites con discursos
encendidos o inflamados:
Un gallo cebado no se espanta como un
ave de corral genérico, ni se aplaca como
la alpaca.
Por el contrario, sabe excitarse con su
propio exceso; se arenga a sí mismo
como tropa patria, se ensoberbece y se
florea, empoderado como un dios
incompetente pero obstinado.
Es mejor no atorarse y dejarlo que
se explaye sin rodeos, evitando el
roce de sus zonas íntimas, sin
contrariarlo ni contradecirlo:
La violencia sólo produce violencia
y le ofrece argumentos para victimizarse,
que tal vez sea lo que desée:
No es una criatura inocente, si hubiera
alguna. Y se sospecha que posée poderes
ocultos y saberes indeseables.
Como el demonio de Tasmania, el gallo
sabe que el Infierno está vacío, y puede
emitir y hacer público cualquier exceso
sin temor a la sanción de los organismos
competentes y las autoridades divinas,
a diferencia de nosotros, los pecadores.
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