(Malcolm Mercader Ergástulas)
Los peces gordos no temen a Dios.
Los otros deberían temerle,
y desde luego lo harían si no estuvieran
ocupados en temer a los peces gordos.
Los peces gordos pesan más
y están demasiado ocupados en mantener
su peso y volumen para no perder
la categoría, como para temer a Dios.
Por lo demás, Dios fue generoso con ellos,
dándoles unos cuerpos respetables.
¿Por qué habría de castigarlos, si cumplen
su mandato y ocupan el lugar asignado?
Ocasionalmente, puede aparecer un pez más
gordo que los mueva a autopercibirse presa,
pero son accidentes naturales; nada que
escape al plan divino, ni que disguste a Dios.
El pez gordo va y viene bastante empoderado.
No se mueve con temor ni conoce el temblor.
Permanece ajeno a las disputas teológicas de
los otros peces, menores y más numerosos:
Son muchos, ni Dios sabe cuántos son ya que
se reproducen sin pausa para reemplazar a
las víctimas de los peces gordos.
Dios no necesita esa información para mantener
el control, tanto bajo las aguas como a nivel del
mar.
A los peces gordos y pesados no les importa
que los otros teman o no teman a Dios; les es
indiferente: Dios sabe lo que hace.
En cambio, estos peces menores y bastante
insignificantes, aunque mayores en número,
deberían agradecer la existencia de los peces
gordos y pesados:
Ella los libra de temer a Dios.
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