(Antístenes Oquendo)
Entre los conocidos, no sobresale
el exceso de pureza como prurito,
pero sus consecuencias no son menores
a las de otros excesos que solemos
compartir.
Del mismo modo, hay conductas excesivas
que producen efectos contrarios a los que
se deseaban: Es difícil negarse a compartir
excesos, sean propios o ajenos.
(Tampoco hay que excederse en esta clase
de reconocimientos: No es tarea sencilla
establecer los orígene del exceso)
Es difícil negarse, decir no, es siempre más
trabajoso que aceptar.
Así, hay quienes se encierran o se aislan
procurando evitar compartir estos excesos.
Una conducta excesiva, con resultados
lamentables, como casi todos los excesos.
Llevado al extremo, el deseo de pureza
nos separaría, no sólo de nuestros semejantes o
sospechosos de serlo, sino del mundo sensible
en su conjunto y, acaso algo peor, del orden
simbólico.
No hay deseo puro, ni discurso: Ni siquiera
existe la poesía pura, o libre de impurezas.
La misma búsqueda de pureza, impulsada por
el deseo excesivo, lleva al sujeto deseante a
promover y celebrar la reproducción sin control
de sus glóbulos blancos:
Reconoce en el blanco el grado cero de lo puro,
y acaba convirtiéndose en un descomunal leucocito,
(salvando la contradicción con el diminutivo)
el blanco perfecto de su propio exceso:
Un anticuerpo.
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