(William Arsenio Pereyra)
Un poema puede despertar interés
como despertar sospechas. A veces
se confunden, y otras, no despiertan
nada.
Depende de dos cosas: Del poema,
y de la forma en que se lea, así como
del momento:
Hay una disonancia cronológica; el
mismo poema leído a los 20 años, es
otro a los 60 y otro a los 90, y así...
Los intereses cambiaron, no leemos lo
mismo, ni lo hacemos igual. Nunca
fuimos los mismos, pero al poema no
le interesa:
Se mantiene ajeno a los cambios, y no
va a cambiar: Sabe que no puede
cambiar nada.
Por encima del poema, está el lector,
plural, disperso, indefinido, inacabado
en sus distintas lecturas.
¿Es materia muerta el poema?
¿O es sólo materia en estado de reposo
que se activa con la lectura adecuada?
En principio, es materia. ¿Hay una lectura
adecuada, además de la mia?
¿Cómo determinar si lo estamos leyendo
en la forma correcta, para extraerle todo
su valor y aprovecharlo?
¿Puede una lectura calificada altamente
agregarle valor?
¿Cuál es la sensación esencial que debería
entregarnos un poema que se precie, leído
como se debe?
¿Podría, una lectura a vuelo de pájaro, ser
más fructífera que otras, en ciertos poemas
que contienen cuervos, ruiseñores, o aves
de corral?
Por último: Ante el fracaso funcional
¿Hay que sospechar de la lectura, o sólo
del poema?
Depende, puede haber otras lecturas. Pero
un buen poema es siempre sospechoso.
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