(Rogelio Rogel)
La muerte del patrón
afecta a propios y extraños,
y en determinadas condiciones
puede afectar la producción.
Los patrones no son todos iguales
como los peatones o los protones
o los ritmos.
El cambio de dirección, puede alterar
las condiciones de producción y las
relaciones que se generan:
Nos acostumbramos a un patrón,
algo tan natural como un algoritmo:
Somos animales de costumbre.
La costumbre es como el ritmo:
Se incorpora sin necesidad de pensar
y se hace cuerpo en forma mecánica,
como el sentido común.
Es bien común hacer cosas sin sentido
para mantener el ritmo incorporado
(Los cuerpos no se preguntan ¿Es éste
el ritmo apropiado, el deseado?)
La propiedad tiene sus recursos para
autosustentarse, crecer y expandirse,
e imponer nuevos ritmos.
II
Pero todo se complica ante la muerte,
y en especial, ante la muerte de un
patrón rítmico.
Hay un sentido pronunciado
que nadie osa frecuentar,
vacilan los cimientos, perimen las verdades,
las osamentas rezan y los dioses se persignan:
¿Habrá llegado el día?
Nada resarce la pérdida del patrón rítmico,
único patrón irreemplazable, nuestro pastor.
La base estalla, sin responder a las consignas
y a sus mandos naturales.
El orden se disuelve en súplicas asimétricas,
desmembradas, inútiles o apócrifas.
El ritmo, ese patrón, era lo que nos mantenía
unidos detrás de un objetivo común (aunque
nunca lo conocimos)
Todo lo sostenía, contenía y hacía posible
esta armonía, algo dudosa pero útil.
Sin conducción, todo se derrumba.
¿Podremos seguir creyendo en milagros?
Dijo una voz popular (pero nadie la tomó
en serio: no había quien creyera en el verbo
popular, son verbos que vienen del pasado)
¡Hay que volver a la cultura del trabajo!
Propuso u descendiente desempoderado
que caía en la desesperación inoportuna.
Esto puede ser una oportunidad, desafió
un creyente, algo anacrónico pero bastante
motivado, que decía haber sobrevivido a
casi todo.
III
De pronto, se hizo visible la imagen de un
Mesías, tan desconocido como inesperado,
y el caos evolucionó en un silencio unánime
y no menos cómplice:
¿Quién eres tú?
Increpó un disolvente, que osaba desafiar
esa autoridad incipiente, recién constituída
y apersonada pero que infundía algún respeto
no exento de temor.
-No importan los nombres, tengo el mío
pero no tengo por qué revelarlo. Lo importante
ahora, es concentrarse, cada uno en la unidad
perdida y recuperar la fe:
Ella tiene su propio ritmo. Si nos concentramos
lo suficiente seremos penetrados por Él
y volverá la luz a brillar como de costumbre.
Sólo hay que concentrarse en forma irreductible
repitiendo esta oración, que es emanación divina:
Menos tu ritmo, todo es obscuro.
(Una vez incorporado, cambiamos el adjetivo
posesivo y gozamos del ritmo propio que nos
estaba faltando: Sin propiedad no hay goce)
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