(Estanislao Del Signo)
Mi dentista era un hombre de fe.
Hay profesiones que no pueden explicarse
sin la pasión.
Cuando la vocación se presenta
hay que escucharla, obedecerla y abrazarla
(Siempre es auspicioso tener algo que abrazar)
El problema de la vocación, surge cuando no
está sola: hay que elegir entre dos, o más, y
aún más se complica cuando todas son dudosas.
En la elección intervienen varios factores,
desde lo económico hasta la influencia del
entorno: Son muchos como para que la
decisión final no sea azarosa.
Pero una vez completada la elección, todo
es cuestión de fe, esfuerzo y voluntad.
La verdadera pasión, siempre encuentra un
lugar para desarrollarse y consumarse.
Mi dentista era un hombre de fe, y tenía
vocación de catequista. Fuera de la profesión
manejaba otros negocios, y gozaba de una
buena posición.
Un peruano sereno, amable y bien predispuesto
a la conversación, que estaba orgulloso de su
origen humilde y el progreso obtenido.
Pero la otra vocación afloraba: Un dentista con
alma catequista, que en largas sesiones, entre
torno e inyecciones me fue catequizando.
Me hablaba de ángeles, arcángeles, querubines,
serafines y toda una constelación de seres etéreos
e intangibles que constituían una fauna subalterna
del quehacer divino que yo ignoraba.
Me contó de su angel de la guarda, cuya aparición
lo había salvado o favorecido varias veces, y del
que hasta conocía su nombre verdadero: Hay un
nombre verdadero para todo.
Así, mientras yo padecía el trabajo de sus manos
expertas, el hablaba e iba torneando la voluntad
de mi conciencia pagana e inoculando mis dudas
con su fe, poblada de criaturas misteriosas.
Me relataba milagros y sueños prodigiosos, con
revelaciones y apariciones propias de una pasión
bien cultivada y una imaginación floreciente,
o fllorecida.
Después, ya entrado en años, fue delegando
en sus hijos la profesión, el negocio o arte
de recomponer o reemplazar muelas y dientes
por otras piezas más o menos funcionales.
Profesión, negocio o arte, pero no la fe.
Ya no fue lo mismo con su descendencia;
ni la pasión, ni los aranceles.
Me trajo un pullover de alpaca de un viaje a
Perú, luego de haberle corregido y editado los
borradores de un largo texto autobiográfico que
pensaba obsequiar a todos sus hermanos.
No lo volví a ver, no sé si aún vive; no puedo
dar fe. El pullover de alpaca ya casi no lo uso,
pero lo conservo, como se conservan los objetos
de la fe, y la fe: aún gastado abriga más que
otros.
De mi dentadura original, conservo poco y
nada: perdí esas piezas pero gané esta fe.
Mi prótesis sonríe, y paré de sufrir
con los dentistas catequistas.
Soy un hombre de fe: creo en mi prótesis,
fue una buena inversión.
La fe es una buena prótesis.
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