(Senecio Loserman)
Entre los cuerpos blandos
que vacilan con normalidad,
los dioses eligen su carnada.
La carne del poema puede
ser seca y dura, amarga y
astringente en sus estrías
estragadas.
Todos los cuerpos tienen
flancos débiles, y una penosa
necesidad de dar: siempre hay
algo para dar, aunque no nos conste.
Un poeta es un cuerpo blando y
vacilante que puede creer en
ciertos dioses, o diosas no menos
penosas.
O velar por musas engañosas.
No hay poema sin engaño,
aunque lo llamemos recurso
o lo incluyamos entre las licencias
permitidas.
El poeta puede llamarse a engaño
y reconocer sus faltas verdaderas
¿Qué no puede?
Para qué hablar de lo que no se puede.
El cuerpo del poema generaba dudas:
El poeta lo observó, examinó sus
movimientos vacilantes y vio que era
bueno; funcionaba.
Un poema tiene que poder generar algo.
Todo lo que no genera, es dudoso.
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