(Olegario Saldívar)
Nubes contenciosas, escamosas,
amorfas y ojerosas, frecuentaban
el cielo de mi choza.
No las despreciaba, ellas me
acompañaban y no conocía
de nubes otra cosa.
Podía reconocerlas, recostándose
en el cielo humilde de mi choza
¿eran siempre las mismas?
Era una choza humilde, como yo,
no sé si tan o más dichosa.
Tampoco sé si era tan mía
como las nubes, pero no
conocía otra cosa.
Con sus formas cansadas y ojerosas,
bien me bastaba esa choza: Entraba
y salía de ella, sintiéndome feliz
como una babosa.
Después fue el temporal
y nada volvió a ser igual.
Mi choza ya no está,
ni las nubes son las mismas.
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