(Amílcar Ámbanos)
Mis impulsos iban tomando una
dirección cada vez más sana,
estaban bien controlados
y sólo perseguían fines saludables.
Saberlo me hacía sentir más pleno,
consciente de integrarme al mundo
sin contradicción y desarrollando
una afinidad creciente y sin fisuras.
Todo lo que nos rodea tiene un fin,
como nosotros, aunque no lo conzcamos.
Basta con percibirlo y respetarlo.
Todos perseguimos algo, aún cuando no
tengamos la certeza. Así lo dispone la
Naturaleza.
Si controlamos los impulsos primitivos,
el mundo se abre y podemos verlo con
otros ojos: No es cuestión de inteligencia
ni de sabiduría.
El ejercicio de la percepción nos torna
humildes, y nos libra de tantos prejuicios
indeseables respecto a los otros y a otras
formas de vida.
II
Solidaricé con una cucaracha doméstica,
entablamos una relación sana.
Ella (o él, no pude determinar su sexo ni
su género) lucía como un individuo sano:
Lo elevé a la categoría de sujeto,
adjudicándole un nombre al azar: Gregorio.
Pero descubrí, más tarde, que cursaba una
conducta patológica. Nosotros la conocemos
como blatofobia, una especie de aversión o
rechazo o fobia a las cucarachas.
No todo lo que parece sano lo es del todo,
pensé con humildad. Eso no iba a ser motivo
para alterar nuestra relación.
Controlé mis impulsos naturales y los otros,
observando una dirección cada vez más sana.
Y me solidaricé con él.
Vos también podrías ser un Gregorio, pensé
para mi: No hace falta autopercibirse, todos
perseguimos algo, no hay certezas.
El amor puede ser amorfo, presentarse bajo
distintos formatos y desarrollar en sana
dirección.
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