(Remigio Remington)
Estaba escribiendo el poema equivocado.
Al percatarme, dudé entre avanzar o
desandar camino y corregir el rumbo.
Hay que terminar lo que se empieza,
dijo la voz de la conciencia.
Intenté completarlo, pero fracasé.
Sin resignarme más de lo normal,
me concentré en un punto luminoso
de mi alma (todas tienen alguno)
y acepté: el error está en la aspiración;
yo no podría hacerlo mejor, sólo Dios.
Algo se iluminó: Ví a Dios caminando
sobre el agua, paciendo entre los frutos
del mar y multiplicando púbises de peces.
Sólo El es capaz de multiplicarlo todo,
y más, en cualquier condición, y más
allá de la justicia del producto.
Los submúltiplos de la Función Divina
sólo podemos agradecer, formar rebaños
y pueblos elegidos, confiando en la
bacteria primordial, madre de todo lo
animado.
No me animé a dirigirle la palabra;
no hizo falta:
Con su conocimiento infinito, iluminó
mi entendimiento con un halo de su luz
gestante de verdades:
El equívoco, lo ambiguo, son un bien;
algo constitutivo de todo lenguaje
humano que hace posible la duda
y la sana expansión de todo vacilar.
No pude agradecer, me urgía la necesidad
de volver a contemplar el poema
equivocado y completarlo.
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