(Epifanio Webber)
Se notaba que era un jugador distinto.
A veces no se notaba, porque sabía
pasar desapercibido cuando hacía falta.
Pero los que saben, los que entienden
que además de toda la mecánica de lo
colectivo, que atiende al buen criterio
de lo previsible, el juego comulga con
el arte:
Esos ojos que ven lo que otros no, saben
apreciar esa clase de virtudes que, aunque
no luzcan ni se perciban a simple vista
del aficionado genérico, son las que marcan
la verdadera diferencia.
Son pocos, muy pocos los distintos, los que
rompen el molde, esos elegidos que, en un
momento pueden cambiar todo.
II
Entre sus virtudes principales, nuestro hombre
sabía manejar los tiempos y los espacios. Su
sentido de la ubicación era impecable y
único: siempre estaba solo.
Estaba siempre mejor ubicado que los otros
y leía el partido de otra forma, como si no
estuviese dentro de él.
Sus movimientos, tan indescifrables como
impredecibles, para propios y extraños, le
permitían mostrarse siempre como alternativa,
libre y desmarcado.
Difícil que alguien dominara el juego sin
pelota como él. Acaso fuera ése su mayor
atributo, y el que lo distinguía del resto.
Claro que, como todo elegido, solía sufrir
la incomprensión de sus pares: Le costaba
encontrar socios, compañeros que sintonizaran
su misma frecuencia, tal vez demasiado alta.
¿Es que no confiaban en él? ¿O temían verse
opacados por su figura y recelaban?
III
Lo cierto es que nunca lo asistían en tiempo
y forma, como mandan los manuales. La
pelota no le llegaba, o peor: Le llegaba tan
sucia que no podía hacer nada.
Tal vez manejaban otros códigos y, desde su
lectura acotada del partido, sus propios límites
les impedían aprovechar a su estrella.
En cuanto a sus virtudes con la pelota, no se le
conocen por el mismo motivo: No le llegaba
nunca limpia y redonda.
Pero fuera de eso, en el juego sin pelota
lo suyo era superior a todos y no había ninguno
igual, ni nadie que lo entendiera.
Las variables del juego son muchas.
Hay que entender que este juego, como todos,
no suele ser justo casi nunca: (lo que lo hace
aún más atractivo)
Hay casos así, hombres dotados de condiciones
excesivas, que no llegan a brillar como debieran,
quizás por su mala estrella.
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