(Horacio Ruminal)
Alabanciosa, el agua se abalanza
y avanza hacia sí misma.
¿Es suficiente?
Podría no serlo en general: Tenemos
muchos nombres para el agua; cada
lengua tiene el suyo y según cuál sea
puede cambiar de género.
Ella no lo sabe, no le importa, mantiene
su sabor insípido y fluye, se evapora y
se condensa para volverse agua.
Nosotros destilamos el destino para que todo
fluya o se estanque, o se degrade según sea.
Las palabras fluyen con distinta consistencia
en un río de nociones que nos unen:
¿Fluído vital? ¿Elemento primordial?
¿Recurso natural?
No lo sabe, no le importa que se le desperdicie,
degrade o contamine. Ni le importa que luego
tengan que importarla.
Sólo sabe a agua, las nociones nocivas no son
parte del agua: A buen puerto vas por agua…
Aunque su composición se altere o adultere
el agua sigue su curso, circulando sin saber
y es probable que lo siga haciendo, cuando
haya dejado de ser mercancía, recurso natural
y elemento necesario para unir nuestros puertos,
así como para la higiene personal y las funciones
esenciales de unos cuerpos compuestos por más
de dos tercios de agua.
Pero el agua no lo sabe: sabe poco de sus servicios.
Tal vez sea mejor que no lo sepa, tal vez sea más
útil que no sepa nada.
No hace falta saber nadar,
ni hace falta saber latín, para seguir participando
del concierto de las nociones con fluidez, y arribar
a un fin.
La sed se apagará, y otros cuerpos seguirán nadando
como si nada.
No hace falta saber nadar para hacerse al mar
y ahogarse en un vaso silencioso
como una lengua muerta.
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