(Germán Singerman)
Los viejos no suelen invertir,
no tienen mucho que invertir.
El único sentido de la inversión
yace en el futuro.
El viejo sólo tiene pasado,
y según lo haya sabido invertir
puede ser un refugio apacible
y un lugar deseable de evocar,
o no.
El futuro no le pertenece,
y el presente le resulta extraño,
cuando no hostil.
II
Los viejos no suelen invertir,
son reacios. Aunque posean
propiedades, activos, bienes
disponibles sienten que nada
les pertenece mucho.
No pueden disponer, son reacios
a la espera que supone el futuro.
¿Para qué invertirían, si tuvieran
algún valor? ¿Para otros?
Todos ellos ven al viejo como un
otro, ese que nadie querría ser.
La experiencia y el tiempo acumulado
no despiertan interés ni tienen valor
de reventa. No son un capital que
tolere la inversión.
III
Llegado el momento, el viejo
se olvida de renovar el plazo fino
y permanece fijado en su tiempo
que ya es otro.
El mundo que él habita es también
otro. Se percibe ajeno, incluso a esta
realidad, con sus ritmos y demandas
donde otros nadan como peces:
Hay que pertenecer. El no pertenece,
y no entiende hasta qué punto, su
condición lo diferencia de los otros,
que siguen invirtiendo.
Un viejo no invierte, no tiene qué invertir:
Si pudiera, arriesgaría todo lo que tiene
para invertir su propia vida
y volver a no ser viejo:
Para poder elegir en qué invertir.
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