(Amílcar Ámbanos)
Un ave ponzoñosa de mediana altura
y apariencia sospechosa
sobrevuela los cuerpos que el amor
regurgitó.
Vacila a velocidad alevosa, el ave
al ver su sombra reflejada
entre la espuma espurea
en emisión, desde los entresijos
de una voz dispuesta a todo.
Ya pasó, ésto ya lo viví,
piensa el ave y se relame
mientras la voz se descompone
en otras voces:
Lánguidas secuencias suscintas
de signos de pregunta
alimentando la combustión
para morir en su tinta.
Mirá lo que quedó
de aquel oído absoluto.
Sabemos lo que el agua no averigua
por los residuos que refleja:
La única diferencia entre los cuerpos
es la duración en que se extiende
su descomposición.
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