(Elpidio Lamela)
Hay palabras que se han vuelto
sospechosas. Otras, ya lo eran,
incluso antes de que nadie lo
sospechara.
Libertad, por ejemplo, ya era
sospechosa antes de mercado libre
y antes de que se acuñara la fórmula
libre mercado.
Algunos sospechan que los únicos
que hoy gozan de libertad, son los
mercados.
Un sujeto sospechoso, los mercados.
En realidad es uno, que se pluralizó
haciendo uso de su libertad.
Pero no es la única palabra sospechosa.
En rigor, podemos sospechar de todas
con toda libertad.
Los autodenominados libertarios, que
en realidad son lo contrario, ejercieron su
libertad de apropiarse de ese significante,
hicieron uso para sus propios fines.
La libertad de apropiación está socialmente
aceptada desde hace bastante; es también
una conquista humana, como la conciencia.
Esa libertad rige para palabras, recursos
naturales, bienes, sujetos y otros significantes.
El ejercicio de la libertad nos enriquece a
todos, tanto como la ampliación de libertades
disponibles, aunque se trate de libertades más
bien dudosas o sospechosas.
El enriquecimiento ilícito no está en discusión,
expresa una libertad propia del desarrollo, y
siempre funcionó.
Las palabras, no son sólo sonido con sentido,
o significante y significado. Son mucho más
que eso: son recursos.
Sirven para producir poemas, vender productos
tan o más dudosos que aquellos, formar opinión
y controlar voluntades libremente.
Podemos sospechar de todas, pero cuántas más
palabras contenga nuestro vocabulario, mayor la
libertad para elegir y armar un discurso propio,
si fuera necesario.
Quienes sospechamos de todas las palabras,
solemos ser sospechados de funcionales, en
un sentido u otro y no podemos ejercer la
función poética.
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