(Carlos Inquilino)
Un trabajo de ensueño, sí,
el verdadero trabajo con
que todos soñamos.
Era feliz esperando la hora
de entrar al trabajo, pero no
tan feliz como cuando estaba
trabajando.
Ahi yacía el sentido pleno
que proviene del sentimiento
productivo, natural al goce
del trabajo genuino.
Ese goce que sólo cmenzaba
a declinar, cuando se acercaba
la hora de abandonar el trabajo.
Pero la continuidad del ciclo:
de casa al trabajo y del trabajo
a casa, me daba ánimo.
Luego, no era difícil apurar la
espera, sabiendo que en pocas
horas volvería a ser feliz.
Sólo es cuestión de reponer fuerzas
y deseos, descansar en paz con la
satisfacción del deber cumplido, y
disfrutar las vísperas de otra jornada.
Era feliz esperando la hora de volver
a mi trabajo, reincorporarme a la sana
actividad que da sentido al cuerpo.
Hay que valorar esa felicidad, que
sólo provee el trabajo, cuando está unido
al deseo, la voluntad, la vocación cuando
es desarrollada en función de la necesidad
ajena y el propio goce productivo.
No es fácil conseguirlo, muy pocos son
felices con lo que hacen, pero casi ninguno
con lo que no hace.
Entonces me desperté y volví a la realidad.
Nunca tuve un trabajo así: Si tuviera que
elegir entre todos los que tuve que hacer,
creo que no elegiría ninguno.
Por suerte, ya no tengo que trabajar, ni buscar
trabajo, y vivo tranquilo con mi pensión
universal de adulto mayor.
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