(Horacio Ruminal)
No es ocioso comenzar remitiendo
al odio primordial, mucho más
antiguo que el amor, como descubriera
Freud, y que nos acompaña desde los
albores de nuestra gestión, en este mundo
hostil.
Pero ha corrido mucha agua desde entonces,
y también mucha sangre, sobre todo.
Los escenarios fueron cambiando con el
tiempo, producto de la evolución, y
también las condiciones de producción
de odio.
II
Hasta no hace mucho, o no tanto como
para olvidarlo, no era muy difícil identificar
al enemigo, es decir al objeto a odiar.
Todo el mundo, mal que bien, sabía a quien
tenía que odiar.
Pero en las condiciones actuales, gracias a la
evolución operada, el panorama es cada vez
más difuso: No hay certezas, las tendencias
se suceden y hasta el sujeto mejor tramitado
parece vacilar a la hora de canalizar y gestionar
su odio como Dios manda.
El enemigo muta, supo desarrollar otros recursos
y adaptarse al sesgo evolutivo en curso.
Sabemos que puede estar en todas partes,
adoptar distintas formas, reconvertirse antes de
ser detectado y repetir la operación, tantas veces
como sea necesario.
III
La falta de respuesta a la necesidad de conocer
al enemigo, para poder ejercer el sentimiento y
tramitarlo de un modo saludable, aumenta la
confusión: A río revuelto, el enemigo hace su
agosto: Goza esa falta y la aprovecha para
ganar terreno.
Nadie sabe en qué rincón
se oculta el enemigo verdadero:
Se duda de cualquier verdad, todas pueden
ser una trampa es decir, un recurso del
enemigo, que nos conoce y no descansa.
Puede que nada sea lo que parece.
Es razonable, que en estas circunstancias,
muchos desesperen y adopten enemigos
falsos: El odio no sabe contenerse, y es
natural que busque canales de expresión
(lo que no se expresa, se padece)
Su evolución no puede detenerse
(implicaría, además, detener la nuestra)
IV
Como si no fuera suficiente con lo
enunciado, el enemigo se regodea
mientras nosotros vacilamos, ante la
aparición de un nuevo actor:
El enemigo interno, que tal vez no sea
tan nuevo pero prefería mantenerse
oculto.
No es ocioso volver, sobre el final,
al odio primordial, que supo ser
un cultivo simple, viable, y no
presentaba mayor dificultad.
Hoy, la realidad es otra:
¿Cómo saber, ahora, si no fuimos cooptados
y somos parte del enemigo interno?
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