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domingo, 5 de junio de 2022

La evolución del odio

 

(Horacio Ruminal)

 

No es ocioso comenzar remitiendo

al odio primordial, mucho más

antiguo que el amor, como descubriera

Freud, y que nos acompaña desde los

albores de nuestra gestión, en este mundo

hostil.


Pero ha corrido mucha agua desde entonces,

y también mucha sangre, sobre todo.


Los escenarios fueron cambiando con el

tiempo, producto de la evolución, y

también las condiciones de producción

de odio.


II

Hasta no hace mucho, o no tanto como

para olvidarlo, no era muy difícil identificar

al enemigo, es decir al objeto a odiar.

Todo el mundo, mal que bien, sabía a quien

tenía que odiar.


Pero en las condiciones actuales, gracias a la

evolución operada, el panorama es cada vez

más difuso: No hay certezas, las tendencias

se suceden y hasta el sujeto mejor tramitado

parece vacilar a la hora de canalizar y gestionar

su odio como Dios manda.


El enemigo muta, supo desarrollar otros recursos

y adaptarse al sesgo evolutivo en curso.

Sabemos que puede estar en todas partes,

adoptar distintas formas, reconvertirse antes de

ser detectado y repetir la operación, tantas veces

como sea necesario.


III

La falta de respuesta a la necesidad de conocer

al enemigo, para poder ejercer el sentimiento y

tramitarlo de un modo saludable, aumenta la

confusión: A río revuelto, el enemigo hace su

agosto: Goza esa falta y la aprovecha para

ganar terreno.


Nadie sabe en qué rincón

se oculta el enemigo verdadero:

Se duda de cualquier verdad, todas pueden

ser una trampa es decir, un recurso del

enemigo, que nos conoce y no descansa.


Puede que nada sea lo que parece.

Es razonable, que en estas circunstancias,

muchos desesperen y adopten enemigos

falsos: El odio no sabe contenerse, y es

natural que busque canales de expresión

(lo que no se expresa, se padece)


Su evolución no puede detenerse

(implicaría, además, detener la nuestra)


IV

Como si no fuera suficiente con lo

enunciado, el enemigo se regodea

mientras nosotros vacilamos, ante la

aparición de un nuevo actor:

El enemigo interno, que tal vez no sea

tan nuevo pero prefería mantenerse

oculto.


No es ocioso volver, sobre el final,

al odio primordial, que supo ser

un cultivo simple, viable, y no

presentaba mayor dificultad.

 

Hoy, la realidad es otra:


¿Cómo saber, ahora, si no fuimos cooptados

y somos parte del enemigo interno?


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