(Senecio Loserman)
El ritmo es una forma,
las relaciones que trama
la armonía son el fondo,
el contenido que progresa
bajo esa forma.
El ritmo es estable como valor
de uso, pero le agrega valor a
cualquier melodía dudosa y da
lugar a los tiempos débiles y
fuertes de la armonía.
El ritmo enriquece la aspiración
sonora más humilde que algo
emita, y produce algo apto para
ser reproducido: el valor de cambio.
El ritmo es pura reproducción, la
reproducción es la base de todo
valor que se precie, es decir, de
todo lo que cuenta.
Contamos los pulsos
y obtenemos este ritmo: Podemos
cambiar, reformular, subdividir,
quitar o agregar figuras y alterar
acentos. Pero el valor se mantiene
en la medida que pueda repetirse:
Casi todo puede repetirse.
El ritmo, esa forma, sirve para
establecer el orden y organizar
el cuerpo sonoro.
Marca los pulsos para que la
armonía respire y se mueva en
un sentido, u otro, y pueda fluir
en libertad, observando las pautas
establecidas.
Sin el ritmo, la armonía vacila;
no sabe moverse por sí misma.
Si la armonía se detiene, el ritmo
permanece, vacío, como estructura:
Un lugar propicio para
que cualquiera lleve su basura
y obtenga algún valor
(Enseguida aparecen interesados,
seguidores, compradores y hasta
puede surgir un club de fans)
Una buena señal para los mercados,
donde todo circula con un ritmo
propio y soberano.
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