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jueves, 30 de junio de 2022

No tengo ritmo (pero tengo códigos)

 

(Senecio Loserman)

 

El ritmo es una forma,

las relaciones que trama

la armonía son el fondo,

el contenido que progresa

bajo esa forma.


El ritmo es estable como valor

de uso, pero le agrega valor a

cualquier melodía dudosa y da

lugar a los tiempos débiles y

fuertes de la armonía.


El ritmo enriquece la aspiración

sonora más humilde que algo

emita, y produce algo apto para

ser reproducido: el valor de cambio.


El ritmo es pura reproducción, la

reproducción es la base de todo

valor que se precie, es decir, de

todo lo que cuenta.


Contamos los pulsos

y obtenemos este ritmo: Podemos

cambiar, reformular, subdividir,

quitar o agregar figuras y alterar

acentos. Pero el valor se mantiene

en la medida que pueda repetirse:


Casi todo puede repetirse.


El ritmo, esa forma, sirve para

establecer el orden y organizar

el cuerpo sonoro.


Marca los pulsos para que la

armonía respire y se mueva en

un sentido, u otro, y pueda fluir

en libertad, observando las pautas

establecidas.


Sin el ritmo, la armonía vacila;

no sabe moverse por sí misma.


Si la armonía se detiene, el ritmo

permanece, vacío, como estructura:


Un lugar propicio para

que cualquiera lleve su basura

y obtenga algún valor


(Enseguida aparecen interesados,

seguidores, compradores y hasta

puede surgir un club de fans)


Una buena señal para los mercados,

donde todo circula con un ritmo

propio y soberano.


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