(Germán Singerman)
No sabía especular,
se especulaba.
Nadie nace sabiendo
ni especulando: no hace falta
saber, con nacer alcanza.
Después, el tiempo hace lo suyo
(otra cosa no sabe)
Un día, recogiendo la información
acumulada de la realidad externa,
uno especula: soy un viejo.
Se reconozca o no, percibe ese
reconocimiento especular.
II
Los viejos, es sabido, se vuelven más
y más huraños; viven en su mundo,
cada vez más ajeno y se refugian en
la vida especulativa.
No hacen mucho más que especular,
a cada paso, cada movimiento, calculan
primero los peligros, las ventajas del
peligro.
El propio cuerpo ya no es confiable,
es casi un enemigo. Menos aún, los
otros: ellos tiene sus ritmos, que son
otros, como el tono de sus voces.
III
A los viejos no se los puede dejar solos,
no es seguro (Ellos no están seguros ni
cuando están solos)
Entonces especulan: especulan sobre
los espacios que aún pueden ocupar
y sobre el tiempo que les resta para
aprovechar esa energía residual
y especular.
Tienen sus propios tiempos, sus
movimientos se enlentecen, son
morosos, vacilantes.
Cualquier cosa que hagan les
lleva más tiempo. Ellos lo saben
y lo aceptan con resignación: no
hay margen para la especulación.
No hay mucho que puedan hacer,
algunos escriben sus memorias,
otros especulan que es mejor
olvidar todo lo mejor posible.
El tiempo, al fin, quizás no sea
más que pura especulación.
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