(Amílcar Ámbanos)
El mesianismo ya no es lo que era.
Hoy nadie espera casi nada,
los tiempos se reducen, los vencimientos
apuran la necesidad de respuestas rápidas
o urgentes.
Las oportunidades pasan a una velocidad
que se acelera, superando los ritmos
ontológicos normales, que ya no son los
naturales.
Los mesiánicos de otrora, aquellos pioneros
en el desarrollo de la ilusión y la gestión de
las empresas de la fe, vivían en armonía
con el mundo y eran seres serenos:
Descontaban que el tiempo los acompañaba
y estaba a su favor.
Las actividades contemplativas
eran contempladas como algo
saludable y natural.
La violencia quedaba restringida
a algunas disciplinas deportivas, los
espectáculos con animales y la defensa
de la propia fe ante las hordas paganas
y salvajes: el verdadero enemigo.
Sólo una causa justa, como la fe
justificaba tomar las armas
y recurrir a la violencia para restablecer
la calma y seguir esperando.
Luego, con el paso de los siglos
y las confrontaciones históricas
conocidas, la evolución alumbró
otra forma de fe y una nueva esperanza:
Los nuevos creyentes creían
en la Historia: sus propias leyes
harían precipitar todas las condiciones
para resolver en un futuro de paz
y bienestar donde nada podría hacer otra
cosa que prosperar.
Esta fe, tampoco dio los frutos esperados
y si bien cobró muchas vidas, como todas
las otras, la esperanza acabó desvaneciéndose.
Mesianismo era el de antes.
Eran otros tiempos: Había tiempo para esperar.
Hoy no se puede esperar mucho;
nadie espera casi nada, el tiempo apremia,
hay otras urgencias, vigencias y vencimientos.
No podemos perder el ritmo; tal vez no se
recupere.
Aunque aún quedan algunos inadaptados
que resisten, desde sus aguantaderos anacrónicos:
Siempre esperan más, así les va...
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