(Ricardo Mansoler)
Otra vez no me peiné,
tengo la duda:
Me toco la cabeza -no hay
espejos acá afuera- y dudo.
Me miro en la pantalla apagada
del celular: mi reflejo es dudoso.
Podría hacerme una selfie, pero
nunca lo hice y no es una causa
que lo amerite.
¿Qué cambiaría no estar peinado?
Puedo conservar la duda
por un tiempo, entre tantas no se
va a notar.
No tengo pensado salir, hoy es domingo
-y aunque no lo fuera, no tendría por
qué hacerlo- No necesito nada de afuera.
Estoy afuera por el calor. Por suerte
en esta casa que no es mía, hay un
afuera: superficie no cubierta. Y un
árbol con su sombra imperfecta, pero
aprovechable; no me quejo:
Hay gente que no tiene ni un árbol,
ni un peine, ni una casa impropia.
En casa nadie va a notar si no estoy bien
peinado o peinado sin adjetivos; somos
muy pocos y casi ni nos miramos. Nos
conocemos lo suficiente como para estar
pendientes de esos detalles banales.
Ya otras veces me pasó olvidar peinarme
y nadie lo notó: sólo yo, y cuando ya era
tarde.
Todo peinado es provisorio, más allá del
esmero y la dedicación que se le dispense.
No sé la edad de mi peine, son muchos
años y eso supera mi memoria. Pero se
conserva en buen estado y perfectamente
podría sobrevivirme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario