(Amílcar Ámbanos)
Encantado, dice el otro:
un desconocido que acaba
de serme presentado.
Un participio pasado emitido
por alguien con quien no tenemos
una historia en común.
Hay dos lecturas posibles:
Uno: Mis encantos son inocultables
y más evidente de lo que yo creía.
Acaso tengamos encantos que no
conocemos, y otros perciben algo
de lo que emanamos sin saberlo.
Dos: Las expresiones de uso común,
y por consiguiente todas las formas
que adoptamos para conocernos y
comunicarnos, están teñidas por el
engaño.
Se supone que uno debe responder
en el mismo sentido, con una fórmula
equivalente para no repetir, o bien
doblar la apuesta y entablar competencia:
El gusto es mío.
Yo seguía enfrascado en mi reflexión:
Descarté la primera lectura, ya que no
creo poseer un encanto deslumbrante, y
si hubiera alguno, ha de estar bastante
oculto:
Nunca fui brillante, ni me considero un
ser de luz.
Pero sentí la necesidad de ser indulgente
con el desconocido, acaso lo único que
en verdad nos une, sea el engaño:
Un gusto, mentí al estrechar esa mano,
cuya temperatura no era muy distinta
que la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario