(Epilobio Askman)
Para los habitantes de la ciudad
el horizonte no suele ser visible,
es casi una entelequia: pero sabemos
que está, como el sol, aunque no lo
veamos.
Gracias al desarrollo de la imaginación
y la evolución del pensamiento abstracto,
hoy nos resulta natural la existencia de
poetas urbanos escribiendo poemas
a un horizonte que nunca conocieron:
Hay unas cuantas cosas que no alcanzamos
a ver nunca en los centros urbanos, pero
cuya existencia descontamos.
El horizonte es algo subjetivo, está sujeto
a la situación geográfica del observador
y sus circunstancias.
Pero a diferencia de éste, el horizonte no
es un cuerpo, y un sujeto sin cuerpo es
algo difícil de acceder: carece de bocas
de acceso tanto como de orificios de salida.
Es sólo una línea, tan infinita
como intangible: una línea que cualquiera
podría dibujar y gozar a su antojo.
No es antojadizo afirmar que cada uno
tiene su propio horizonte, tal vez el que
merece. No lo sé.
Pero para dibujarlo y poder gozar de sus
propiedades, tanto como para gozar,
se necesita un cuerpo.
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