(Amílcar Ámbanos)
Un espejo insepulto
en medio del camino
me hizo pensar más de lo normal.
En condiciones normales nadie
piensa en espejos, salvo aquellos
que viven de la especulación,
como los poetas, pensé.
Menos aún, en un espejo abandonado
e insepulto.
No había nada anormal: No siendo
uno un poeta, no había motivo para
preocuparse ni detenerse en este
pensamiento, especulé.
Un reducidor autónomo tal vez
se detuviera, si le adjudicara algún
valor residual ¿lo tenía?
Su forma irregular, indicaba que había
sido parte de algo, otro espejo de mayor
porte y pretensión. No era de descartar:
Todos somos parte de algo, que acaso
reflejamos sin saberlo.
II
Tampoco había que desechar, que lo
irregular fuera original, o al menos
parte de su originalidad.
Nadie se detuvo, ya casi no hay poetas,
especulé mientras el pensamiento se
multiplicaba:
Un espejo roto, un fragmento de una
fractura presumible en medio del
camino insepulto. Ningún viandante
reparando en esta imagen (tal vez por
lo irregular, o bien la presunta maldición
que se le asigna a la ruptura de espejos:
Aún roto, un espejo siempre puede
volverse a partir en fragmentos menores,
como cualquier cuerpo)
Solo yo, un rapsoda repetidor
(nunca fui original, como se supone un poeta)
reflexionando ante el espejo:
Una imagen vale más que mil palabras.
(El valor residual estaría en reflejar lo
que no existe, tanto para el poema
como para el espejo insepulto..)
¿roto?
El mundo sigue girando.
Ahora pasa una mosca: lo observa
pero no se detiene ni se posa;
ni se mosquea.
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